Traicionando a su sangre (1)

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La música se perdía entre los murmullos, suave y exquisita, dejando que los príncipes vivieran su fantasía de ensueño. Era irónico que los guardias de cada uno mantuviese la mirada fija precisamente en el príncipe equivocado, mientras que Akon apenas podía contener los celos quemándole a flor de piel, Gerald estaba, a pesar de haberse dicho que no pensaría en ello, en realidad confundido. Sus sentimientos parecían muy claros hasta esa mañana.

El joven príncipe era como un hijo para el, mejor dicho como un sobrino, Leonard había sido como un hermano menor, por Dios, solo pensarlo le estremecía, la diferencia de edades entre ambos era enorme y sin embargo de repente era muy claro para él que lo deseaba. Verlo bailar con su futura esposa estaba siendo una tortura más grande que cualquiera que hubiese experimentado hasta ahora, el corazón se retorcía en su pecho y maldecía por la pasividad de su dueño.

El General no paraba de pensar en qué debía hacer aquella noche, era obvio a sus ojos que el príncipe estaba feliz con su compromiso, su futura esposa era de su agrado y cómo culparlo, a pesar de ser apenas un botón de rosa, la chica era sumamente hermosa. 

Con la gracia de un petirrojo, ella era perfecta para él y sin embargo no podía dejar de imaginarlo en sus brazos, no podía dejar de pensar en acudir aquella noche como el príncipe se lo había pedido y hacerle el amor de forma que nunca pudiese pensar en la dulce princesa nuevamente, someterlo bajo su cuerpo y hacerlo gemir hasta hacerle entender que no estaba hecho para proporcionar caricias a aquella dulce criatura, no, estaba hecho para dejarse hacer, para retozar en sus brazos y abandonarse al placer de un hombre que rogaba por dárselo.

Gerald sacudió el rostro alejando aquellos pensamientos pecaminosos de su mente, pensamientos que hasta ahora nunca habían cruzado por su cabeza sino en sueños con amantes sin nombre ni identidad, pero debía reconocer... peligrosamente similares a su príncipe. Respiró hondo, cada vez más confundido con sus propios pensamientos.

Con el vals lento acompañando los pasos de los novios, un corazón se oprimía mientras los instintos asesinos del guardián de la "princesa" intentaban mantenerse a raya. Llegado el momento, la princesa se despidió y Akon reclamó su compañía escoltándola con su doncella hasta su habitación.

Gerald vio al príncipe moverse por la estancia haciendo los saludos correspondientes y le siguió a buena distancia hasta que éste finalmente también se retiró. Los festejos apenas habían comenzado, una unión como aquella tendría al menos cuatro semanas de fiesta.

El príncipe caminó entre la multitud por los pasillos, escuchando los pasos de su General siguiendo los suyos, cercanos y a distancia. Sus manos se movían nerviosas ¿cumpliría Gerald su deseo? Los guardias en la puerta de su habitación permanecieron inmóviles a su paso, abrieron las puertas, sin extrañarles que Gerald estuviese allí también, siempre había alguien cerca después de todo. Sintió a Gerald entrar tras él y se acarició los brazos sin darle la cara.

— ¿Qué ha decidido general? ¿Debo desvestirme?— y rezó por escuchar una respuesta afirmativa.

— No — escucharlo no le sorprendió del todo, pero le envió el alma al piso. Decidió que le pediría cambiase puesto con Leonard, no sentía que pudiese mantenerse en una pieza con él ahí, pero apenas abrir los labios sintió las manos grandes de su general sostenerle los brazos — Quiero ser yo quien las quite.

Leandro se estremeció pero no se giró, sintió las manos de Gerald deslizarse por sus brazos deslizándose hacia los nudos de su ropa deshaciéndola cual menor impedimento. Los labios de Gerald acariciaron su cuello y Leandro soltó un suspiro necesitado, lo había estado ansiando tanto.

— Puedes ir más rápido Gerald...— era la primera vez que lo tuteaba y se sintió tan bien, tan íntimo.

— No, voy a mostrarte cómo se ama y se adora a un amante— el susurro cálido acarició sus oídos y Leandro cerró los ojos, Gerald podría ponerlo de cabeza y joderle así y él aún se sentiría en la gloria — Quiero que recuerde, mi príncipe... al hombre al que perteneció antes de casarse —sintió apenas un atisbo de celos en su voz y aún a pesar de saber que debían ser sus propias ilusiones haciéndole escuchar cosas, se sintió afortunado. Poco sabia de la profunda ambición de Gerald por ser un recuerdo inolvidable en aquel que nunca sería más suyo que en ese momento.

— Muéstramelo Gerald— suspiró mientras sentía a Gerald dejarlo desnudo y acariciar sus bolas provocativamente —No me hagas sufrir— se quejó moviendo ligeramente las caderas. Él no quería preámbulo, lo quería todo, las caricias intensas y desenfrenadas, todas de golpe, quería sentir en Gerald a un amante apasionado y encendido por una pasión provocada solo por él.

— No... no, mi príncipe, aún no— Leandro sintió como lo giraba bruscamente y su miembro endureció cuando los labios demandantes de Gerald se apoderaron de los suyos, besándolo como siempre había soñado que lo hiciera y más. La lengua de Gerald recorrió toda su boca y acarició la suya haciéndole temblar las piernas.

Ambas manos del general acunaron las pálidas nalgas del príncipe, levantándolo un poco, haciendo que el desnudo miembro de su Alteza se rozara con el suyo, aún preso entre la tela.

Leandro levantó los brazos rodeando el cuello del general y cerró los ojos abandonándose al beso de sus sueños, siendo libre sólo cuando la boca de Gerald buscó su cuello acariciando puntos que ni siquiera sabía fuesen tan sensibles. Leandro ya estaba en edad de tener amantes casuales pero hasta ahora no había tenido anhelo de conseguir ninguno que no fuese su general. No se arrepentía, no creía que ninguno pudiese haberlo hecho sentir como Gerald lo estaba haciendo sentir ahora. Apenas fue consciente de que le movió hacia la cama, al menos hasta sentir cómo lo lanzaba suavemente hacia ella y las sábanas acariciaban su desnuda piel. Su respiración ya era agitada y notó que la de su general era también ligeramente irregular.

Gerald se quitó la ropa observando al chiquillo en la cama, tan joven y tan bello, tan inalcanzable y al mismo tiempo solo suyo en esos momentos. Tenía ya solo los pantalones cuando subió al lecho colocándose parcialmente sobre el cuerpo ajeno.

— ¿No estas arrepentido aún, príncipe?— preguntó mientras sus dedos acariciaban tentadoramente el miembro ajeno. Leandro negó en un suspiro. Gerald colocó un par de dedos frente a los labios de Leandro —lámelos — y el príncipe lo hizo, no sin vergüenza, haciendo a Gerald sentir más y más ansioso de hundirse entre sus piernas.

Gerald alejó los dedos cuando los sintió lo suficientemente húmedos y le besó al tiempo que introducía uno de ellos en él. Lo sintió tensarse y llevo sus labios por su mentón, hacia su pecho, bajando por su vientre hasta lamer la punta de su miembro. Leandro levantó las caderas deseoso.

— Oh, por favor— Gerald sonrió y metió completamente el dedo en su interior haciéndole arquear la espalda al tiempo que tomaba su miembro en sus labios— oh, mi Dios— succionó la cabeza y su dedo acompañó el ritmo de su boca haciendo que el príncipe se aferrara a las sábanas creyendo sinceramente que las sensaciones lo sobrepasaban. Antes de notarlo siquiera, había dos dedos más en su interior y cuando creyó que se vendría Gerald se detuvo.

— Aún no, mi príncipe... aún tenemos una larga noche por delante— Leandro vio a través de las lágrimas de placer el rostro excitado de Gerald y lo sintió volver a acariciar su interior con sus dedos — le dije que le mostraría como se quiere a un amante, esto apenas es el principio— y Dios que él quería tener todo lo demás.

Leonard por su parte no sabía cómo sentirse, al volver a la habitación, Marco nuevamente no le tocó, las promesas que habían calentado todo su cuerpo aquella misma tarde se habían quedado simplemente en palabras dichas al furor del momento. Su rey simplemente se metió a la cama sin decir nada, no le indicó que entrara con él y por lo tanto Leonard no lo hizo, y aun a pesar del cansancio se quedó despierto toda la noche velando su sueño, de pie donde lo había dejado.


Traiciones RealesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora