Preludio

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Tengo que salir de aquí

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Tengo que salir de aquí.

La sala del cine está llena de gente importante, figuras de Hollywood que no dudarían un solo segundo en tomar nota de mi escapada en mitad de la película para inventar historias falsas que puedan vender a la prensa. Lo último que quiero después de estos meses es ver mi cara en todas las revistas del corazón contando mentiras que se acercarían peligrosamente a la realidad.

Todos los ojos están fijos en la enorme pantalla, excepto los míos, hace tiempo fijos en el suelo. Por el rabillo del ojo puedo distinguir en la brillante sucesión de imágenes mi rostro, el de él y la unión de ambos en un apasionado beso. Trago saliva y trato de evadirme de todo pensamiento, pero mi instinto me empuja a hacer lo peor en estas circunstancias.

Apenas giro la cabeza ligeramente hacia la izquierda buscándole como un náufrago que trata de alcanzar un puerto seguro, y este pronto llega. La oscuridad de la sala camufla sus rasgos, pero esos inconfundibles ojos azules se encuentran con los míos. Su mirada está cargada de mil emociones que no podría distinguir ni aunque la sala estuviera iluminada, pero siento mi corazón quebrarse un poquito más.

«Él la miraba como toda mujer quiere ser mirada por un hombre».

Las palabras inundan la sala de cine mientras Nathaniel me mira, como si el narrador estuviera narrando la realidad y no aquellas escenas que grabamos juntos. Casi siento que podría identificarme con ellas, casi me creo mi propia mentira hasta que veo cómo él aparta la mirada para fijarse en la mujer sentada junto a él, rompiendo el hechizo.

Y ahí está el verdadero amor, a salvo tras la sonrisa que le regala a su novia.

Mi corazón, prácticamente quebrado por todas las grietas que ha acumulado los últimos meses, termina por romperse como una cáscara de nuez. Las lágrimas anegan mis ojos y niego con la cabeza sabiendo que no puedo permanecer un segundo más en esta sala sin montar una escena.

«Vamos, Esmeralda, eres actriz. Es tu momento de salir de aquí sin llamar la atención de nadie».

Con toda la elegancia que soy capaz de fingir, cojo mi bolso de mano y parte de mi vestido excusándome con las personas sentadas a mi alrededor como si fuese al baño. Camino con normalidad usando todo el autocontrol que puedo recabar en mi interior para no salir corriendo de la sala. Al abrir la puerta, deseo girarme, mirar la pantalla donde él y yo al menos pretendemos estar enamorados, mirarle a él por última vez, pero cruzo el umbral antes de dejar que mi propio subconsciente me dañe de nuevo.

El sonido de mis tacones chocando rápidamente con el suelo del lujoso edificio forma una dramática banda sonora al juntarse con los sollozos que escapan de mi pecho. Por fin estoy sola en todos los sentidos de la palabra. Por mucho que me engañe, por mucho que intente cambiar las cosas, tengo que aceptar una realidad arrolladora:

Nathaniel Scott nunca estará enamorado de mí así como yo siempre lo he estado de él.

Nathaniel Scott nunca estará enamorado de mí así como yo siempre lo he estado de él

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Cuando se encuentren las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora