10. Paz

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Leí el mismo párrafo tres veces y no me enteré de nada

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Leí el mismo párrafo tres veces y no me enteré de nada.

    Quizás retomar la lectura con Guerra y paz era una idea malísima, pero Lenn no tenía libros ligeros. Era el típico snob que solo lee premios Novel, clásicos y novelas trascendentales que solo unos pocos entendidos conocen y disfrutan. A mí me gustaba entretenerme, reírme y vivir aventuras, cosa que parecía difícil en esa librería. Me prometí mentalmente que cuando fuera a Oxford por navidad, agarraría alguno de los libros que tenía todavía en casa de mi madre. La otra opción era ir a buscar los que había dejado a casa de Nadia. No me veía capaz de volver a verla.

    Pensé en ir a la librería.

    Era miércoles, y no tenía ni horas de trabajo ni planes. La nieve había cubierto toda la ciudad, lo que había provocado que las líneas de trenes y metro fueran con retrasos y que el tráfico de los que se atrevían a ir en coche fuera terrible. Así que me quedé en casa con Lenn. Mi hermano tenía la suerte de hacer teletrabajo, por lo que se encerró en su despacho y me dejó la tarea de ir a buscar a Chris al colegio, que estaba a apenas un par de manzanas.

    La parte más incómoda de ir a buscar a un niño al colegio son las miradas de todos los padres que, no saben quién eres y creen que pretendes secuestrar al niño.

    Así fue como terminé en dirección, durante veinte minutos, hasta que Lennart respondió al maldito teléfono y confirmó que yo era su hermano. Al parecer, hacer caso de lo que decía un niño de seis años parecía poco viable para la maestra.

    «Brillante, Lenn. Me mandas sin avisar».

    Chris estuvo de broma todo el camino. Se cayó un par de veces porque le gustaba deslizarse por los tramos de nieve congelada mientras gritaba "estoy volando". Yo hubiera hecho lo mismo a su edad, por eso le dejé.

    Mientras no se hiciera daño, todo estaba bien.

    Al final me pasé por una librería internacional. Era un establecimiento de dos plantas, que vendía libros en inglés, francés, alemán, árabe, chino y español. Tenían una pequeña sección con libros en otras lenguas, pero el stock era bastante reducido.

    Me acerqué, con Chris de la mano, a la sección de fantasía y ciencia ficción.

    —¿Harald? ¿Chris? —preguntó una voz femenina a mis espaldas que no esperaba encontrar allí, pero que no hubiera podido confundir.

    —¡Nana Emilia! —exclamó Chris, que corrió a los brazos de la muchacha que había sido su niñera durante varios años.

    —¿Qué tal estás, mi nene lindo? —Ella se agachó a su altura y le devolvió el abrazo al niño.

    —Te extraño —Mi sobrino hizo un puchero.

    Emilia seguía tan radiante como siempre. Tenía los cabellos rubios, que le llegaban por debajo de los hombros. Se había recogido los mechones de alrededor de su rostro con un pasador de cabello y sobre su frente caía un flequillo recto. Sus ojos seguían siendo del color del café y su sonrisa, que jamás se borraba, estaba implantada en su rostro dorado. Conocí a Emilia en primaria, cuando se mudó desde Uruguay a Inglaterra con apenas siete años.

Club de lectura para días grises  [The bookclub 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora