—Claro que sí —me dice, riéndose y luego baja la máscara otra vez. Me quedo sonriendo detrás de él mientras se aleja hacia la multitud.
Solo verlo me ha llenado de una sensación de finalmente pertenecer a este lugar. Él, Fantasma y Bomba no son precisamente mis amigos, pero en realidad parece que les agrado y no me inclino a buscar tres pies al gato. Tengo un lugar con ellos y un propósito.
—¿Dónde has estado? —pregunta Ten, agarrándome—Necesitas una correa como la de Oak. Ven, vamos a bailar.
Giro con ellos. Hay música en todas partes, instando a pasos ligeros. Dicen que la atracción de la música de las hadas es imposible de resistir, lo cual no es del todo cierto. Lo que es imposible es dejar de bailar una vez que hayas empezado, mientras la música continúe. Y lo hace, toda la noche, una danza yendo tras el siguiente, una canción convirtiéndose en otra sin pausa para recuperar el aliento. Es emocionante estar atrapado en la música, ser barrido en la marea. Por supuesto, Ten, siendo uno de ellos, puede detenerse cuando quiera. Él también puede sacarnos, así que bailar con él es casi seguro. No es que Ten siempre recuerde hacer lo seguro.
Pero en realidad, soy la última persona en juzgar a alguien por eso.
Nos tomamos de las manos y nos unimos a la danza circular, saltando y riendo. La canción se siente como si estuviera llamando mi sangre, moviéndola por mis venas al mismo ritmo desigual, con los mismos dulces acordes. El círculo se rompe, y de alguna manera estoy sosteniendo las manos de Kun. Él me arrastra en un zumbido vertiginoso.
—Eres muy hermoso —dice— Como una noche de invierno.
Me sonríe con sus ojos de zorro. Su cabello rubio se enrosca alrededor de sus orejas puntiagudas. De un lóbulo cuelga un arete dorado que atrapa la luz de las velas como un espejo. Él es el hermoso, una especie de belleza sin aliento, inhumana.
—Me alegro de que te guste el traje —consigo decir.
—Dime, ¿podrías amarme? —pregunta, como no quiere la cosa.
—Por supuesto—Me rio, no estoy seguro de la respuesta que debo dar. Pero la pregunta está tan extrañamente formulada que casi no puedo negarme. Amo al asesino de mis padres; supongo que podría amar a cualquiera. Me gustaría amarlo.
—Me pregunto —dice— ¿Qué harías por mí?
—No sé a qué te refieres—Esta enigmática figura con ojos fijos no es la de Kun que estaba en el tejado de su propiedad y me habló tan amablemente o que me persiguió, riendo, por sus pasillos. No estoy seguro de quién es este Kun, pero me ha desconcertado por completo.
—¿Renunciarías a una promesa por mí? —Me sonríe como si estuviera bromeando.
—¿Qué promesa? —Me arrastra a su alrededor, mis zapatos de cuero haciendo piruetas sobre la tierra compacta. En la distancia, un gaitero comienza a tocar.
—Cualquier promesa —dice a la ligera, aunque no es nada ligero lo que está preguntando.
—Supongo que depende —digo, porque la respuesta real, es un no rotundo, no es lo que alguien quiere oír.
—¿Me amas lo suficiente como para renunciar a mí? —Estoy seguro que mi expresión es afligida. Él se inclina más cerca— ¿No es eso una prueba de amor?
—Yo... no sé —le digo. Todo esto debe conducir a alguna declaración de su parte, ya sea de afecto o de falta de ello.
—¿Me amas lo suficiente como para llorar por mí? —Las palabras son pronunciadas contra mi cuello. Puedo sentir su aliento, hacer que los pequeños vellos se pongan de punta, haciéndome estremecer con una extraña combinación de deseo e incomodidad.
