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Esta historia es cruda. Muestra una realidad cruel y áspera.
No esperes un cuento en donde dos chicos se enamoran y viven felices, no siempre acaba todo en color de rosas.
Kaeya tiene un secreto...
Tomó la mano del pelirrojo y comenzó a caminar, mientras el de ojos carmesí lo seguía detrás. Aún con las palmas juntas, bajaron las escaleras y se dirigieron al gran comedor, donde un sinfín de comida de todo tipo los esperaba, sus ojitos brillaron con intensidad ante la variedad de alimentos. Adelinde estaba sirviendo las bebidas y Crepus estaba concentrado en la cantidad de vino que la sirvienta colocaba en su copa, los niños se miraron cómplices y se sentaron cada uno al lado del hombre mayor, ocasionando que sus manos se separen y que estén sentados frente a frente.
La cena no fue para nada silenciosa, los menores tenían una pequeña discusión sobre quién era más fuerte de los dos, Crepus intentaba convencer a la mucama para que se sentara con ellos en la mesa, cosa que la joven siempre rechazaba, prefería estar de pie y presenciar el lindo momento familiar que tenía frente a sus ojos.
Diluc comía una parte del pavo, Kaeya devoraba unas brochetas de tres sabores junto con bolitas de queso con masala, Crepus por su parte, estaba con un rico pudín de arroz y unos rollitos de carne y menta. La bebida de los infantes era un jugo de gancho de lobo, mientras que para Crepus, un delicioso vino preparado por los mejores enólogos de la bodega.
—Me alegra que estén disfrutando la comida que les hice.
—¡T-te luciste, Adelinde!
—¡Kaeya, no hables con la boca llena!
—¡Pe-perdón, señor Crepus!
Las risas por parte del pelirrojo no tardaron en aparecer, le parecía adorable que su padre esté ahora mismo limpiando la sucia boca de Kaeya por comer con tanto entusiasmo y desespero.
—Diluc, no te rías de Kaeya.
—¡E-es inevitable, papá!
Tuvo que limpiarse algunas lágrimas que estaban apareciendo en sus ojitos por culpa de las carcajadas que soltaba, haciendo enojar al moreno por la vergüenza que estaba pasando.
—¡Diluc, idiota! —Se levantó de su asiento y pasó por detrás del asiento del mayor, dirigiéndose directamente hasta el puesto del carmesí—. ¡Deja de reírte!
Tomó sus mejillas con fuerza y las estiró, borrando bruscamente aquella sonrisa de sus labios.
—¡A-auch! —El pelirrojo tomó las mejillas del contrario de igual manera y las estrujó, ambos niños estaban pellizcando los mofletes del otro.
—Veo que la están pasando bien, ¿no lo cree, amo Crepus?
Preguntó la joven de forma sarcástica al ver que el hombre de coleta se sobaba la cien, estresado por el comportamiento de sus hiperactivos niños.
—Creo que quiero más vino, señorita Adelinde.
Así estuvieron durante toda la cena, afortunadamente, pudieron comer más que suficiente para que sus estómagos estén llenos. Una vez la comida concluyera, la sirvienta se encargó de la limpieza y el aseo del comedor y la cocina. Crepus por su parte, preparaba algo de chocolate caliente junto con galletas de jengibre.
—¡Wow, está todo oscuro, me recuerda a los libros de miedo que leemos a escondidas del señor Crepus!
—¡Ssh, Kaeya!
Los niños taparon sus bocas al sentir pasos detrás suyo. Estaban de rodillas sobre el sillón, con sus codos sobre el respaldo mientras observaban la ventana frente a ellos. Era una noche oscura adornada con la blancura de la nieve y algunas estrellas que se hacían presente en el cielo.
—Los estoy escuchando, pequeños demonios. —Diluc vio con el ceño fruncido a Kaeya, en forma de regaño, mientras el menor le decía perdón con la mirada—. Les traje chocolate caliente y un plato con galletas de jengibre. Háganse a un lado, traviesos.
Los menores agarraron su específica taza con un rico chocolate caliente dentro que, ágilmente, el pelirrojo mayor sostenía con una sola mano, mientras que con la otra tenía el plato con las deseadas galletitas que los niños siempre les rogaban para que hicieran en cada navidad.
—¡Gracias, papá!
—¡Gracias, señor Crepus!
Se movieron a los costados, dejando libre el lugar del medio para que el hombre pueda sentarse.
Era una escena memorable, Diluc apoyado sobre el hombro de su padre, sosteniendo la mano de Kaeya que estaba apoyado de la misma forma. Y Crepus... bueno, se había quedado dormido.
—Nos comimos todas las galletas...
—El señor Crepus se pondrá triste porque no le dejamos ninguna.
—No te preocupes, le diremos a la señorita Adelinde que haga más.
En toda su corta conversación, no se miraron a los ojos, ya que estaban concentrados en el fuego de la chimenea, los tenía hipnotizados. Aún tenían sus tazas en la única mano libre que les quedaba; ya que no planeaban soltarse las manos, no señor, jamás se soltarían. Y el plato que estaba en las piernas del más grande, bueno, sólo contaba con algunas migajas de la escena del crímen.
—Que navidad tan tranquila.
—Tienes razón.
—Siempre la tengo.
Los ojos brillantes de los niños son las verdaderas luces de la Navidad.
La Navidad es tiempo de unión, de estar en familia, de decorar el árbol, la casa, iluminar las calles de luz y hacer intercambio de regalos. La familia y los amigos se reúnen alrededor de una comida abundante y se ofrecen los mejores deseos para el año siguiente.
Ambos niños, se prometieron internamente que para la próxima y las muchas otras navidades que los aguardan, la pasarían juntos, unidos. La promesa aún estaba en pie, Diluc estaría para Kaeya y Kaeya para Diluc.
Era sencillo, su amor no podría romperse por nada en el mundo. Jamás serían destruidos los lazos de estos dos infantes, nadie ni nada los iba a separar... al menos, ese era su pensamiento en aquel momento de rotunda inocencia e ingenuidad.
—Feliz navidad, Kaeya.
—Feliz navidad, Diluc.
Son los pequeños gestos y actitudes de nuestro día a día los que nos deben proporcionar un mínimo de alegría y comprensión sobre todos los que nos rodean. De este modo el espíritu navideño permanece en nuestros corazones. La Navidad es una de las épocas más bonitas del año o, al menos, así lo piensa una gran mayoría de la gente. Las calles de las ciudades se iluminan con las luces navideñas, las plazas reviven con los mercadillos artesanales y los villancicos se convierten en la banda sonora de estas entrañables fiestas.
Es el momento de reunirnos con nuestros seres queridos, con nuestros amigos y compañeros de trabajo y celebrar el amor, el cariño o la amistad que nos une a ellos un año más. La emoción se palpa en el ambiente y la ilusión es compartida entre los peques de la casa y los adultos que disfrutan juntos de unos emotivos días navideños.
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