Parte 1

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Para Lupita... 

(porque el alma gemela no siempre 

es de la misma especie)


Me gustaba el espacio donde vivía Violeta. Había silencio, había paz.Violeta vivía a dos veredas de mi casa. Era una mujer alta y delgada,atlética para sus sesenta y cinco años. Era culta, no refinada. Hablabapausado, con voz suave, una voz sabia y cansada. 

Con Violeta aprendí a cuidar perros. Ella los trataba como si fueran sushijos. Si la visitaba en las primeras horas de la tarde, yo sabía queVioleta estaba en su siesta de quince minutos. Entraba sin hacer ruido.Había logrado tan perfecto sigilo que Egon, un perro mediano de pelocorto, no salía a recibirme. Al asomarme y verla descansar junto a superro y sus libros pensaba: ¡yo quiero eso! Y mi alma sentía unaemoción de acierto cósmico. Enseguida Violeta percibía mi presencia yabría sus ojos despacio. Se estiraba en su sillón mientras Egon saltabadándome la bienvenida. Violeta me ofrecía mate y galletitas,conversábamos y así se nos iba la tarde. 

El departamento de Violeta estaba construido en la planta baja de unterreno de doce por treinta metros. La parte que daba a la calle laocupaba un taller mecánico. Al lado del portón del taller había unapuerta por la que se accedía a un largo pasillo que desembocaba en elpatio de la casa de Violeta. El patio era un universo propio. En la tardese escuchaban las chicharras y el sol pedía permiso para pasar por elpatio lleno de plantas. El ruido de la calle llegaba lejano, el calor noagobiaba y el invierno no dolía. El silencio reinaba y la paz se le metía auno muy adentro del alma y el cuerpo. No daban ganas de abandonarese lugar y regresar al mundo real.

Los días con VioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora