Es frecuente ver a la gente correr ya sea porque tienen prisa o para mantenerse en forma. No se ven, como en nuestras calles, personas obesas. Incluso los ancianos parecen más animosos y su condición física es mucho mejor. Al interrogarles sobre esto, varios lovetopianos me respondieron casi al unísono. "Bueno, en realidad es que la naturaleza nos ha dotado bien y además llevamos una vida físicamente muy activa", u otras frases similares. Yo creo que ni se les pasa por la imaginación que los individuos en España y en el resto de países no están, ni mucho menos, en tan buena forma física.

Al proseguir mis pesquisas, he descubierto que los lovetopianos utilizan sus pequeños teléfonos móviles para monitorizar su actividad física y llevar un seguimiento minucioso de sus efectos sobre la salud. Dicen que esta información alimenta el sistema de salud que manejan los hospitales y que resulta sumamente útil para entender las dolencias y enfermedades.

A los habitantes de Lovetopía también les encanta bailar. Las mujeres lovetopianas parecen totalmente entregadas a la danza del vientre. Quizás sea un reflejo melancólico por la ascendencia mora de sus territorios.

Las mujeres presentan un aire de salud envidiable. Aunque es fácil descubrir que sus cánones de belleza no coinciden con los nuestros. Muchas mujeres evitan teñirse el pelo y muestran con agrado y coquetería sus canas. Y dicen que les agrada andar mucho, aunque se vean forzadas a ello por la práctica ausencia de coches. Probablemente consiguen, a cambio, una excelente salud física y unas curvas y un tono de piel que serían la envidia de la mayoría de las españolas.

Algunos hombres, más de lo habitual en España, lucen frondosas melenas y cuidadas barbas. Apenas hay calvos. La alopecia no parece un problema en Lovetopía. Quizás tenga que ver con la desaparición de la contaminación y con el uso de jabones naturales.

Gracias a la calidad del clima y a sus horarios escolares relativamente flexibles, los niños lovetopianos disfrutan mucho más del aire libre que los nuestros. Las escuelas organizan frecuentes excursiones. No es extraño ver a críos de seis años, con una pesada mochila a la espalda, caminar junto a otros chicos de más edad. Hacen largas marchas que, según me han dicho, duran hasta cuatro o cinco días alcanzando lugares de difícil acceso. A veces, transitan a través de "El Camino del Amor Interior", pero por tramos. A partir de un cierto nivel (no emplean el término "curso"), los niños consagran gran parte de su tiempo al entrenamiento en la naturaleza. La pesca, la caza y los ejercicios de supervivencia se consideran una parte fundamental de la educación. Por si alguna vez se encuentran perdidos en una zona salvaje, además de las técnicas básicas, tienen que aprender a fabricarse un equipo de supervivencia aceptable. Este equipo incluye ganchos, cepos, arcos, flechas y un largo etcétera.

Los adultos, ya sean padres o no, participan voluntariamente en las excursiones de los chavales. A veces lo hacen por amor al deporte, pero también para aprovisionarse de carne. Los animales salvajes han reaparecido en grandes cantidades en las áreas forestalmente repobladas. Ahora se pueden cazar tanto linces ibéricos, osos (incluso pardos) y lobos, como ciervos, zorros y conejos. La caza se practica con arcos y flechas, no con armas de fuego.

Los ejercicios que realizan los niños se conjugan con el estudio de las plantas, los animales y el paisaje. Me he quedado impresionado del conocimiento que los más jóvenes tienen de tales materias. Un niño de seis años te dirá todo lo que quieras saber acerca de los nichos ecológicos de las plantas y de las criaturas con que se encuentra en su vida cotidiana. Sabrá también qué raíces y granos son comestibles y cómo tallar una lanza, con apariencia de jabalina deportiva, a partir de una rama. Parece que sus chavales aprenden sobre la naturaleza y sus nombres de manera tan natural como los nuestros lo hacen de videojuegos, productos de consumo y marcas.

El mar, los ríos y los lagos ejercen una atracción magnética sobre la gente joven para la práctica del deporte. Quizás la razón de esta afición desbocada esté en lo cálido de las aguas del Mediterráneo. Poco después de la Independencia, todos aquellos terrenos de costa o ribereños fueron expropiados y declarados "parques acuáticos". Se recuperaron hermosas playas y arenales, así como calas y acantilados. Comunas de pesca, escuelas, centros de buceo y pequeños puertos empezaron a aparecer por doquier. También se utilizaron algunos de estos espacios recuperados para nuevos hospitales, institutos oceanográficos y museos de historia natural.

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