17 - Dudas

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La noche del viernes caía con pesar para Tatiana. La joven exactriz perdió la cuenta de todas las veces que llamó a Elisa y no obtuvo respuestas hasta que se rindió. Mientras miraba su película más triste en la cama, lloraba desconsoladamente y abrazaba una almohada para suplir su soledad.

Al contrario que ella, Mei había pasado por el apartamento de Elisa para recoger a Simón, con quien había acordado compartir una divertida noche de consolas hasta la extenuación. La sargenta estuvo encantada con el plan de ambos, sobre todo, porque su hermano dormiría fuera y, por tanto, ella también podría quedarse con Evan. Elisa prefería ahorrarse las explicaciones sobre sus salidas con un desconocido hasta que normalizara su relación con el científico. Luego, cuando estuviera preparada, podría contárselo a su hermano.

Mei y Simón hablaron sobre videojuegos durante el trayecto. La charla distraía al muchacho, le sentaba bien, pues el recuerdo de su tarde con Tatiana había absorbido sus pensamientos los días anteriores. No quería enamorarse, pero le resultaba difícil manejar un sentimiento que era ajeno a su control y que prácticamente experimentaba por primera vez. De pequeño, Simón creía que su hermana era el amor de su vida, la única mujer a la que amaría, incluso afirmaba que estaba enamorado de ella. Cuando Elisa tuvo su primer novio en el instituto, él la celó e hizo lo posible para espantar a su supuesta competencia. En la actualidad, aún no concebía verla con otro hombre y le seguía asombrando que el interés amoroso de su hermana pudiera ser una chica, pero le atraía la idea de que Richard fuera su cuñado.

Mei quería ofrecerle un plato típico de su ciudad natal a su invitado, así que se esmeró preparando la cena, no sin antes acomodar al muchacho en el sofá y ponerle el mando de la consola en las manos para que recordara la sensación de jugar a videojuegos y hacerle más amena la espera.

―Simón, voy a ducharme. He dejado la cena al fuego.

―Esos uniformes de las CES hacen que parezcáis superhéroes ―bromeó Simón al contemplarla, denotando que se sentía más relajado y en confianza―. ¿Lo traes siempre a casa?

―Es el último modelo que nos han dado. Te sorprendería lo que podemos hacer con él. No suelo traerlo a casa, pero hoy me daba pereza cambiarme en el cuartel y quería recogerte temprano ―contestó Mei, enfatizando las últimas palabras.

―Es todo un detalle. No te distraigo más, no sea que se queme la comida y mi puntuación en cocina es un menos diez.

―¡Qué gracioso! Vale, nos vemos ahora...

Mei, tras tomar una refrescante ducha, salió corriendo del baño porque la carne estaba a punto de pasársele. Sus cálculos mentales sobre cuánto tardaría en asearse habían sido bastante certeros, por lo que respiró aliviada al salvar la cena y le avisó a Simón para que la acompañara. Él no pudo evitar que sus atrevidos ojos se perdieran en la llamativa figura de la médica, pues ella se había puesto su revelador pijama, que consistía en un pantalón muy corto y una camiseta de tirantes finos.

―Pensé que no llegaba —comentó Mei mientras servía la mesa—. ¿Te importa que esté en pijama? Así me siento más cómoda.

―Para nada, es tu casa. En cocina tengo un menos diez, pero en olfato no. Algo empezaba a oler a chamuscado —bromeó Simón—. Todo se ve muy bueno, Mei. ¿Puedes darme unos palillos también?

―¡Sí! Ten. ―A Mei le agradó aquel detalle―. ¿Sabes usarlos?

―No, pero aprenderé mirándote. Será la primera vez que los use, pero esta cena lo merece. ―Simón sonrió.

―Vamos a brindar... —Mei reparó en que solo había puesto los vasos vacíos—. ¡Qué tonta soy! No serví la bebida. Espera... —Se acercó a la nevera—. ¿Cerveza?

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora