Prólogo

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Otro espantoso día comenzaba, y para suerte de Enid, hoy no se vería obligada a levantarse de la cama, pues era Sábado.

Aún así, eso no evitó que su amiga y compañera de cuarto, Merlina, se despertara a las 6:00 de la mañana a hacer ruido con su anticuada máquina de escribir.

Quería mucho a Merlina, pero tenía que admitir que aveces era algo irritante.

—Melona...—Llamó a la chica con uno de los tantos apodos estúpidos que le tenía.—Apaga esa cosa, tengo sueño...

La pelinegra no prestó atención, simplemente ignoró a la contraria y siguió escribiendo.

—Oye... Ya... Vuelve a la cama, esa cosa es irritante. —Habló nuevamente, intentando captar la atención de la contraria —. Si no la apagas, yo la apagaré

—Silencio, Enid. Estoy escribiendo un momento crucial en mi novela y necesito mucha concentración.— Contestó algo fastidiada. Siempre que quería escirbir, Enid interrumpirá diciendo que era molesto.

Enid no se tomó esto muy bien que digamos. Sigilosamente, se levantó de su cama y caminó con cautela hasta la silla donde estaba la pelinegra. Ahí, rodeo los hombros de la chica en manera de abrazo y colocó su cabeza sobre la contraria, aspirando el exquisito aroma de sus hebras oscuras.

La pelinegra se sobresaltó ante el tacto, pegó un pequeño salto en su asiento.

—¿Te asusté, verdad?—preguntó burlona la rubia, aplicando más fuerza en el abrazo.

—No, ¿y qué se supone que estás haciendo? Te dije que me dejaras escribir en paz...

—Te estoy abrazando, ¿Qué no es obvio? Ya que estás tan amargada como de costumbre, creí que un abrazo te ayudaría.—Merlina frunció el ceño ante las palabras de la contraria.

—Ya... Pero no te pedí que me abrazaras.—La pelinegra quitó con brusquedad la hoja de la máquina de escribir, pues se había equivocado por culpa de la rubia.—Está bien, me iré a dormir, pero suéltame.

La rubia asintió, y después de disfrutar por unos segundos más, se soltó de la pelinegra.

Y aunque a Merlina le cueste admitirlo, le hubiera gustado estar así con su amiga por más tiempo.

—Enid, espero que la próxima vez que esté escribiendo o tocando el violonchelo no me interrumpas. Cuando tú pones tu irritante contaminación acústica a la que llamas música, yo no digo nada. —Rechistó mientras se sentaba en su cama, sin ganas de dormir, pero obligada a ello.

—Bien, bien. Tocas muy bien tu violonzote, suena lindo. Pero tu máquina se escribir me irrita... Solo escribe cuando no esté durmiendo.—Se acostó nuevamente en la cama y se acurrucó entre las suaves y acogedoras mantas. No pasó ni un minuto y ya había caído dormida nuevamente.

Obviamente Merlina no dormiría, no quería hacerlo, así que se vio obligada a quedarse viendo al techo hasta que su amiga despertara para poder seguir escribiendo, serían mínimo unas largas 4 horas más...

Inevitablememte, mientras su amiga dormía, Merlina le echó un pequeño y algo acosador vistazo.

Repudiaba aquellos extraños sentimientos que le producían la indispensable necesidad de abrazarla...

Calidez | Wenclair AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora