Capitulo 2 El artista desconocido

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− ¡Un miligramo de epinefrina! – el doctor Samu ordenaba a la enfermera de ojos de perezoso producto de la pésima guardia que estaba teniendo mientras observaba el monitor de signos vitales. Me comenzaba a sudar la frente mientras otorgaba compresiones torácicas al paciente que recién había entrado con una parada cardiaca.

− ¡Administren doce ámpulas de bicarbonato de sodio! – el doctor Samu continuaba dando indicaciones al aire, las cuales el equipo de RCP la llevaba a cabo.

El ambiente era desolador, a fuera en el pasillo todos corrían para ofrecer ayuda. Los familiares esperaban perplejos en la sala de espera, la paciencia era algo que les estaba faltando, sus corazones retumbaban al compás de las lágrimas y los abrazos eternos en los que permanecían. Imploraban ante un poder divino, esperanza. Su fe los movía a rezar un rosario sin si quiera saber hacerlo.

Al contrario de lo que pasaba en la sala de estabilización donde nos encontrábamos tratando de reanimar un corazón que, de buenas a primeras, así, nada más, sin preguntar si era el momento correcto o si ya había cumplido con todos sus sueños decidió detenerse. Pero ese corazón terco y testarudo se negaba a volver. Las enfermeras cuchicheaban al unísono del segundero del reloj de pared que permanecía en asientos de primera fila deleitándose del show.

−Doctora Carbajal, detenga las compresiones− Jadeando me detuve de inmediato. El doctor Samu observaba pesaroso en trazo electrocardiográfico del monitor, las ondas y los complejos se dibujan y se entrelazaban dándole vida al paciente acompañando del –Ti.Ti.Ti.Ti. – y la frecuencia cardiaca arriba de cincuenta.

− ¿Cuánto tiempo llevamos? – pregunto sin perder de vista el monitor.

−Cuatro minutos con diez− mi médico interno de pregrado respondió enseguida. –dos ciclos completado− completo con el reloj en mano como árbitro central en pleno tiempo de compensación de partido de campeonato.

− ¡Ya lo tenemos, devuelta al juego! ­− exclamo con seriedad. Suspire de alivio con los brazos adoloridos y el sudor escurriendo por mis mejillas. –Doctora Cervantes encárguese de asegurar la vía aérea−ordeno con una mirada. –Doctora Carvajal, encárguese de la papelería− retirándose los guantes que estaba vez, afortunadamente, no tuvo que ocupar –Iré a dar informes− sentencio con su salida de la sala de estabilización.

El sol comenzaba a asomarse por la ventana. Lo que me faltaba, mi fin libre y tenía que permanecer más tiempo en el hospital. Una guardia pésima en un hospital público donde una jeringa de insulina es lo equivalente a encontrar un diamante y la heparina vale oro fundido.

−Arturo encárgate de la gasometría y llévamela a la oficina−ordene a mi médico interno. –Iré a comenzar con las indicaciones− sentencie. Una de las ventajas de ser residente de tercer año de cardiología es que después de mi médico adscrito yo también puedo mandar.

Y si, ahí estoy cumpliendo el sueño de mi padre, bueno el sueño a medias. Mi padre siempre ha sido demasiado enérgico y ha intentado hasta lo imposible para que yo sea como él, un exitoso médico que pueda hacer grandes cosas, el cree que la única manera de ser exitoso es hacer algo que valga la pena y para él la única cosa que vale la pena es salvar vidas, tal como lo acabamos de hacer ahora mismo. Su sueño era que yo fuera médico cirujano cardiotorácico, se oye tan bonito que hasta miedo me da, pero mi rebeldía, el acto de demostrarle que no podía controlarme me llevo hasta la especialidad simplemente de cardiología. Si ya sé qué diferencia hay de reparar un corazón roto, con corazón detenido o simplemente desgastado por el uso, no es mucha diferencia, pero sé que le dolió y le di en todo su ego, me bastaba con eso.

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⏰ Last updated: Nov 15, 2022 ⏰

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