25. Tiempo sin vernos

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—Los planes cambian mi buen Cornelius. Si eso fue lo que te dijo, será mejor que actúes pronto.

Las palabras del Oráculo redundaban en la mente del viejo dirigente de las once provincias una y otra vez: "cuídate de los que están cerca tuyo ya que te han de traicionar primero. Pero ten cuidado con lo que hagas, pues tus actos podrán, si son mal encaminados, lograr tu fin".

Hablaba con Ernest, el carcelero dueño de la prisión de Gurlok, lugar en donde residían no sólo prisioneros sino también el Oráculo en lo más profundo de las mazmorras, resguardado por los más horripilantes soldados. Estaba en un estudio que a la vez era el dormitorio de ese carcelero, pero que adecuó solo con una mesa y dos sillas por la visita de Cornelius.

—Entonces, ¿de quién sospechas? —consultó aquel hombre panzón mientras se sentaba en su gran imitación de trono, detrás de aquella mesa llena de pergaminos. El aludido reposaba en una silla frente a él, meditando lo que le había dicho segundos antes.

—No lo sé —respondió al final, saliendo de sus pensamientos. Tenía las manos entrelazadas, apoyando los codos en el regazo de sus piernas. Estaba distraído por la situación, detalle que a Ernest no se le escapó.

—Mencionaste algo sobre la joven soldado; ¿André? —inquirió el sujeto barbado, arqueando la ceja, mostrando una sonrisa maliciosa.

—Se va sin decir nada y sin motivo alguno. Pero no creo que lo sea, sólo es una niñita malcriada que hace lo que quiere.

—Pero aun así no deja de ser sospechosa, lo mismo ese tal Igor, incluso el príncipe Drek. Sólo digo que actúes si no quieres que te dañen los planes. —Cornelius de nuevo se adentró en un vago recordatorio, de las palabras que aquel ente conocedor del futuro—. Es más; ¿quién sabía aparte de ti que tenías prisioneros a una docena de murders y traidores en esta cárcel? ¿Quién sabe sobre lo que pasó ese día en el que el Intérprete murió? Sólo tú y yo, y no digo que sospeches de mí ya que fui quien te cubrió y sobre todo quien te ayudó a...

—¡Ya, Ernest, ya! No me recuerdes eso que bastante tengo con lo que pasó, y más aún con esto. Recuerda que las paredes son muy delgadas y cualquiera nos puede oír —reclamó siendo amenazante, reparando fulminante en los ojos ambarinos del carcelero.

—Sólo te recuerdo que, si vas a alzar la mano como lo hiciste hace veinte años, no lo hagas conmigo, no fue mi culpa que Sebastian se diera cuenta de lo que hiciste y no tuvieras más remedio que...

—¡Ernest, cállate! —reclamó Delax, furioso, golpeando la mesa con los puños.

—Si lo has olvidado, te recuerdo que ahora estás en mis dominios —advirtió el mencionado, tocándose minucioso su barba, viéndolo inquisitivo—. Actúa pronto.

—¿Qué quieres que haga? —exaltó Cornelius, estresado por tantos comentarios desmedidos.

—Si yo fuera tú me desharía de esa jovencita, de ese príncipe ya que no sirve para nada y de Igor —sugirió, mostrando desinterés, echando una leída a los pergaminos regados en la mesa.

—Igor es un leal servidor y no por capricho tuyo lo haré —recalcó, advirtiéndolo en reproche.

—Eso mismo dijiste de Martías y mira cómo terminó todo —declaró Ernest, alzando la ceja, indicando reprensión.

Ahora con eso, Cornelius empezó a dudar. El carcelero se incorporó de su asiento, se encaminó hasta el fondo de aquella habitación, hacía un telón que cubría la pared. La cortina con bordados de hilo en oro y plata se movía por una corriente que soplaba tras ésta.

—¿Y qué hay de ti? —inquirió Cornelius de forma acusadora—. Me juzgas como si lo que me dijo el Oráculo fuera lo peor, pero tú sólo eres un inepto. Ni mantener a unos presos en sus celdas puedes.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora