Capítulo 11

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CAPANNA
(La choza)

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—Dice tío Uriele que los doctores ya dejarán salir a papá del hospital —susurró Angelo.

Estaban recostados sobre una de las camas con forma de avión, que la tía Irene había elegido para Matt y para Angelo. Tenían las luces apagadas y hablaban en murmullos, para no despertar a nadie. Anneliese tenía ya seis años.

—¿En serio? —la niña se volvió hacia su hermano, con una sonrisa en los labios. No había visto a su papi más que dos veces en casi un año.

Raffaele no quería que sus hijos lo visitaran en ese hospital de rehabilitación para enfermos de alcoholismo, pero Annie no entendía eso y quería volver a verlo.

—Sí —aseguró Angelo—. Y dice que podemos ir a casa con él.

La niña perdió la sonrisa. Fue el turno de Angelo de volverse de costado, hacia ella.

—¿No quieres? —le preguntó.

Annie se relamió los labios.

—... ¿Vamos a dejar de ir a la escuela?

Angelo parpadeó un par de veces, pensativo. Por «escuela» su hermana quería decir otra cosa, pues a ella no le gustaba la escuela: no le gustaba ponerse tanta ropa, ni tener horarios, y mucho menos quedarse sentada más de cuatro horas, en la misma silla, en la misma aula. Lo que Anneliese quería decir, muy probablemente, era a si volverían a estar solos —porque su madre los había dejado y su padre bebía y dormía todo el tiempo—, comiendo pizza, yogures y fruta, todo el día, sin ropa limpia que ponerse, encerrados en su casa.

Luego de que Hanna se fuera de casa y antes de ir a vivir con el tío Uriele, Annie y sus hermanos sólo salían de casa cuando a Raffaele se le terminaban las botellas de whiskey. Y a Annie le gustaba salir con sus tíos e ir de compras; le gustaban los vestidos que le escogía la tía Irene —aunque luego le dieran comezón y se los quitara—, le gustaba comprar juguetes, e incluso sentarse en una mesa y comer comida caliente.

Annie quería ver a su papi, pero no estaba segura de si quería volver a pasar los días encerrada, en casa.

—No lo sé —confesó el niño, y esperó un poco. Parecía pensar algo. Sonrió entonces—. Oye...

—¿Hum?

—Ya vamos a poder bañarnos juntos y dormir en la misma cama, a diario —le susurró.

Annie frunció los labios en ese gesto sutil que aparentaba ser un beso.

—¡Sí! —tal vez aquello era lo mejor. Ya no tendrían que esperar a que todos se durmieran para meterse en la misma cama y dormir abrazados.

*

Mientras se ponía el pijama —un top rosado, a tirantes, y un pequeño short del mismo color—, aquel recuerdo llegó a la mente de Annie. Tal vez se acordaba porque tendría que compartir cama con uno de sus hermanos. De nuevo.

«Pues... no será con Angelo» se dijo. No iba a dormir junto al chico que había tocado su cuerpo mientras ella dormía y, sobre el cual, ella torpemente había escrito todo un artículo lleno de insinuaciones sexuales. «Idiota» se repitió por milésima vez. No iba a alcanzarle la vida para terminar de arrepentirse por ese artículo.

Limpió el espejo empolvado. Odiaba aquella cabaña y odiaba aún más que su padre se embriagara entre semana e hiciera cosas como ésas; luego de darle un trago de whiskey al menor de sus hijos, le pidió que viera el fútbol con él; le dejó tomar una cerveza del frigorífico y bajaron al sótano. Un par de horas luego, ya casi por la media noche, y completamente borracho, Raffaele decidió que quería ir a su casa de campo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora