No, Graciela.

No creía mejorar nunca.

Asentí para mí misma repetidamente para después abrir la puerta de copiloto.

-Te llamaré cuando adquiera un nuevo teléfono.- dije cogiendo el papel del salpicadero con su número anotado- Gracias por traerme.

Me miró en silencio varios segundos y posó su manos sobre la mía.

-Estaré esperando tu llamada.

Tras un último apretón de manos agarré el grimorio y cerré la puerta del copiloto. Tras arrancar de nuevo el coche se encaminó hacia su nuevo destino.

Y entonces sucedió. Mi abuela desvió la mirada poara mirar de reojo al coche pasar y sin dejar de regar las plantas observó con confusión cómo una chica descalza, con camisón blanco y guantes negros caminaba hacia ella en la oscuridad de la noche. A medida que me acercaba a ella ésta se iba irguiendo, preparada para defenderse. Pero una vez que la farola de al lado de casa alumbró mi rostro, la regadera resbaló abruptamente de sus manos, chocando con fuerza contra el suelo.

-¿Hija?- preguntó con la voz quebrada.

Inspiré hondo cuando echó a correr hacia mí con el rostro desencajado.

La manera en la que me abrazó casi nos hizo caer a las dos, pero logré sostenerla con fuerza al rodearla con los brazos. Intenté sujetar a la vez el libro, evitando así su caída. Un llanto que jamás había escuchado de mi abuela me hizo encogerme y mirar al cielo estrellado. Cerré los ojos con fuerza cuando empezó a balbucear cosas sin sentido. Una vez que se separó de mí lo hizo con el rostro bañado de lágrimas. Sus labios temblaban sin control y su rostro lucía sombrío por las oscuras ojeras bajo sus ojos. Lucía como si no hubiera dormido en años.

Sin poder formular una palabra clara volvió a abrazarme. Y esa fue la rutina por más de dos minutos. Varios vecinos encendieron las luces del portal de sus casas, intentando comprender la razón de dichos sollozos. Varios me conocían desde pequeña y sabía de sobra que todos poseían conocimiento de mi desaparición, por lo que empecé a escuchar murmullos de sorpresa al instante en el que una de las vecinas gritó mi nombre. La misma señora encendió su teléfono y tras teclear algo lo llevó a su oreja. Sabía a quiénes iba a llamar.

-Lo sabía. Sa-sabía que las plantas te devolverían a mí.- escuché por fin salir claramente de los labios de mi abuela- Les recé tanto. Les pedí tanto...- sollozó apoyando su frente contra mi pecho.

Mis ojos se cristalizaron pero mi rostro siguió pasivo.

Comprendía su preocupación. Comprendía su dolor. Por lo que decidí ahorrarme detalles profundos cuando la policía hizo su presencia en la casa. Mi abuela, sentada a mi lado, no soltaba mis manos. Sus labios no habían dejado de temblar. Estaba con las emociones a flor de piel.

Emociones de las que yo carecía en ese instante.

-Bien, comencemos.

El agente encargado de las preguntas se sentó en el sofá individual a nuestra derecha. Su compañero estaba de pie en la esquina del salón, repasando cada milímetro de mi piel.

Observé de reojo el grimorio de Armadel, el cual estaba situado sobre el mueble en donde se encontraba la televisión. Pedí que ninguno se diera cuenta de su paradero porque de hacerlo estaba segura de que un nuevo caos se desataría.

-Antes de que comience con sus preguntas...- dije tras carraspear- Me secuestraron. Me torturaron quitándome la comida. Querían saber una información la cual yo desconocía y cuando finalmente se hicieron a la idea de que era una ignorante acabaron por dejarme a las afueras de Salem.

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