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𝐍𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐣𝐨𝐯𝐞𝐧 𝐝𝐚𝐦𝐚.
¿Cuánto tiempo puede tomarle a una persona cambiar?
Algunas personas nunca cambian, hay quienes les toma años o toda una vida hacerlo y algunas otras son incitadas al cambio por medio de acontecimientos inesperados.
En el reino de Dunbroch los rumores de que su reina se había convertido en un oso habían desaparecido, pues los Lords se habían encargado de eso y que no pasara de ser una simple historia, que nadie fuera a divulgarlo y no alimentar el interés del pueblo por ello. Además no iban a permitir que se dijeran tales cosas sobre la reina Elinor.
Habían pasado dos años pero aún así las diferentes versiones que surgían de esa historia seguían poniéndose en duda y era por la relación de la reina y la princesa que nunca antes había estado mejor. Elinor y Mérida eran más comprensivas la una con la otra y el amor entre ellas era mucho más notorio, el reino entero era testigo de ello.
Madre e hija eran mucho más unidas y los gritos y peleas entre ellas habían desaparecido casi por completo.
— ¡Es tan terca! — La reina Elinor cerró de un portazo el gran salón, al rey Fergus le pareció estar demasiado furiosa lo que era raro para ser tan temprano por la mañana. — ¡Definitivamente lo sacó de tu familia!
— ¿Ahora que fue, linda? — preguntó sin mucho interés su esposo.
— Lo mismo de siempre. — Elinor suspiró con cansancio y derrota por la actitud rebelde de su hija, si bien su relación madre e hija había mejorado con el tiempo aún habían cosas con las que no podían dialogar.— Mérida salió sin sus medias.
La princesa había cambiado su actitud, pero claro que todavía habían excepciones... Mérida aún podía ser contestona, infantil, de comentarios y palabras inapropiadas para una princesa e incumplir con las reglas de su rigurosa vestimenta justo como ese día. Era una chica rebelde por naturaleza y por más que quisiera hacer sentir orgullosa a su madre no podía evitar que detalles como esos se le escaparan de vez en cuando. Pero no podían culparla cuando ya le habían arreglado el cabello, eso debería ser suficiente.
"Son pequeñeces" como solía decir su padre.
En dos años Mérida había cambiado mucho, era más madura, seguía cada una de sus lecciones e incluso las disfrutaba. También había cambiado físicamente ahora su salvaje cabellera iba bien arreglada en un elegante recogido que adornaba con flores, las facciones de su cara se habían vuelto más finas y delicadas, incluso cuidaba su vocabulario y era más agraciada al reírse, el aspecto y la presencia de una princesa la acompañaban siempre al andar. Para sus veinte años Mérida nunca había estado más hermosa.
Esa era su apariencia pero el cambio más notorio había sido en su interior, aún era esa impulsiva princesa que todos en el reino conocían y amaban, pero en los años había adquirido más sabiduría, sabía escuchar y era escuchada por cuantos ella quisiera que lo hicieran.