Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
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DREEY.
Geduld, das Einzige, was ich in diesem Moment verlangte, war Geduld, und ich verlor.
Mis ojos se quedaron fijos en ella, en Francheska y traté de procesar lo que ella acababa de decir, mientras sentía una clase de molestia envolverme. Una molestia que me hacía desear castigarla por necia y todo lo demás.
Ni siquiera yo era capaz de saber qué estaba pasando ahí y no necesariamente porque fuese un canalla que deseaba ocultar sus acciones, sino más bien porque era la clase de canalla que jamás quería darle la suficiente importancia a algo y era eso lo que estaba haciendo en ese momento.
Le estaba dando toda mi atención a ella.
¿Por qué?
De nuevo, no estaba muy seguro de eso, pero estaba ocurriendo y no podía detenerme, no pude hacerlo desde el segundo en que la conocí en esa biblioteca y caí en cuenta de que era la joven más detestable e inolvidable que había conocido en mi vida, pero ahí estaba.
Ahí seguía conmigo y ahora la tenía en mi casa, en mi sala, con una camisa mía puesta y dejando saber libremente que había estado husmeando por ahí y vio mi arte que era secreto y...
Un arte que trataba sobre ella y lo memorable que era.
—¿Estuvo husmeando mis cosas por ahí? —la pregunta salió suavemente entre mis labios, mientras mi mirada verde se posaba en la suya amarilla.
—Claro que no.
—¿Entonces como sabe lo de las pinturas? —cuestioné.
Ella no respondió de manera inmediata, solo me sostuvo la mirada y, si no fuese por ella misma que acababa de admitir lo que había hecho, sin más, yo le estaría creyendo cualquier cosa porque, había algo en esos ojos que me hacía totalmente imposible el llevarle la contraria por más irritante que fuese.
Sus palabras se habían quedado inmortalizadas en mi cabeza y no necesariamente por algo bueno, sino porque, de cierta manera, ella tenía un poco de razón y eso, de nuevo, era bastante molesto.
¿Qué hacía yo pintándola a ella, cuando era un hombre que estaba a punto de casarse con otra?
Era un bastardo, sí. Me daba igual, también. Pero, había algo en Francheska que me hacía desear sentarme por horas frente a un lienzo y pintar sin detenerme nunca. Hacerlo hasta llegar a todas las gamas de amarillos existentes y quizás probar suerte con los dorados y así sucesivamente.
Estaba jodido, sí, pero ella pagaría las consecuencias por ello, porque, en primera estancia, había sido ella quien inició todo aquel dilema. Fue ella quien había hecho que, de alguna u otra manera, sus intereses me llamaran la atención y como era un bastardo egoísta, no iba a tomar culpa en ello.
—Sigo esperando una respuesta, Francheska —la alenté, justo cuando un rayo cayó e iluminó aún más toda la estancia.
Seguía molesto, pero el tenerla ahí, a esas horas, mientras su largo y rizado cabello eran todo un espectáculo para mí, hizo que no pudiera centrarme demasiado en esa molestia latente.