d i e c i s é i s.

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—¡Te dije que no sabía cómo hacerlo! —gritó un cenizo exhasperado.

—¡Si puedes, idiota! —se rió el pecoso, animandolo.

Y es que los adolescentes hacían una carrera de "práctica" por una de las calles cercanas al parque de Skate para que el cenizo comenzara con la ejecución de los saltos, trucos y diversas técnicas que el menor le había intentado enseñar durante semanas. Katsuki se rehusaba a hacerlo, se sentía incómodo, no creía tener la estabilidad suficiente en la patineta como para poder siquiera saltar y no morir en el intento.

Si, quizás estaba exagerando, pero la verdad es que el pánico que le invadía por dentro no era el skate, ni las técnicas extrañas que Izuku le enseñaba ni mucho menos los trucos, era el simple hecho de sentir que, de hacerlo bien, quizás podía encontrar el reemplazo a la pasión más grande en su vida: el ski.

Izuku le animaba mientras que el rubio, perdido en sus pensamientos, intentaba solo inclinarse lo necesario para poder avanzar calle abajo detrás del pecoso sin intentar nada de lo anteriormente mencionado por él.

—¡Solo inténtalo! —gritó el menor.

Izuku saltó un pequeño hueco que había en el camino con un Ollie, sonriendo ampliamente al caer satisfactoriamente. Luego de esto volteó con ojos suplicantes ante el mayor, quien solo respiraba hondo intentando no caer en el juego de sus súplicas. Sabía perfectamente que su punto débil ahora eran esos iris esmeralda que le veían como si de un pequeño cachorrito se tratase, incitandolo a obedecer y cumplir cada uno de los caprichos del menor sin chistar.

Respiró, inhaló fuertemente y luego exhaló, viendo aquel hueco en el pavimento cada vez más cerca.

Solo será un salto rápido, no es la gran cosa, se intentaba convencer.

Sin más espera, Katsuki flexionó sus rodillas, sujetó la parte delantera de la patineta y ejecutó el truco.

Y es que ese no fue el truco que Izuku le enseñó, fue la combinación de un Ollie con la cosa más extraordinaria que alguna vez los redondos ojitos del menor pudieron haber presenciado.

Y es que el cenizo le dió una vuelta de 360° a la patineta sin dejar de sujetar la parte de adelante de la misma, cayendo con un equilibrio casi perfecto y soportando todo el peso de su cuerpo en la pequeña parte posterior de la misma, deslizándose por barandales a los costados de la calle con agilidad mientras movía su cuerpo de derecha a izquierda.

Los globos oculares del pecoso se iban a salir de sus cuencas, jamás en su vida había visto a alguien hacer tal cosa con tanta agilidad, se quedó en medio de la vía con la boca entreabierta y el cuerpo totalmente paralizado.

Por su parte, Katsuki no podía reaccionar, sentía que su cuerpo era tan liviano como una pequeña pluma y sus pies estaban suspendidos aún en el aire, desafiando por completo la ley de la gravedad. Su corazón comenzó a latir desbocado y su cuerpo sintió un chispazo que no había sentido desde hace unos cuantos años atrás.

Sujetó su pecho.

Un latido,

El viento frío de la montaña...

Y otro,

El sonido de la tabla deslizándose en la nieve...

Y otro más...

La adrenalina de mirar hacia abajo y ver el mundo entero desde aquí...

Por primera vez en años se sintió vivo.

Vivo... Estoy vivo

Segundos después de su pequeña gran hazaña y de sus ensoñaciones, el cenizo cayó en la realidad al ver el estado en el que se encontraba el menor de ambos y se acercó rápidamente hasta él con el ceño fruncido.

Cool Kids| k.dDonde viven las historias. Descúbrelo ahora