Capítulo 2 - El relato del poeta I

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Relato del poeta I

Que los ángeles reciban su alma,

Su inmenso corazón está reposando en el espacio

Allí crecerá, engrandecerá su vida

Cada uno de nuestros corazones lo alimentó aquí

Lugar donde no te recordemos, no queda.

Paraíso que no te merezcas, tampoco.

Cuando tu cofre atraviese las nubes no volverá con nosotros tu rostro

Pero dejará en nuestra mente retazos de tus acciones

Que nunca deberemos olvidar.

Generaciones y generaciones ahora cantarán tus logros

Hoy te vas, hoy buscas compañía más alta que la nuestra.

Pero hoy te quedas, te quedas para siempre,

Siempre que uno de nosotros te mencione.

Una lágrima escapa de mi rostro. No es por el llanto de la muchedumbre, ni por los aplausos que la Propietaria lanza a mi oda a la muerte de su marido. Ni siquiera me conmueve que apriete mi cara contra su perfecto pecho y deje que mis lágrimas recorran su piel. Lloro por la pérdida de alguien que admiraba, lloro por la pérdida del hombre que me demostró que todo se podía conseguir amando lo que hacías, ilusionándote por el futuro. Pero este instante es el presente, un presente amargo, mi sangre parece revolucionarse contra mí mismo cuando veo que su cofre afronta el tubo principal y se dispone a eyectarse hacia el infinito, hacia el exterior de este contaminado planeta, allí donde ni siquiera los muertos pueden descansar. Las banderas hondean, el sol lanza un rayo de luz contra los asistentes, parece que lo ha enviado él mismo. 

El cofre comienza a propulsarse y mi sangre hierve. Jamás volveré a escuchar sus sabios consejos, sus palabras. Él jamás podrá volver a disfrutar con nosotros, con la gente que tanto le quería. Mi cuerpo ha quedado en manos de la Propietaria que me consuela como a un niño pequeño mientras mira hacia arriba, también con lágrimas en los ojos. Soy lo único que la queda. Me adoptó el mismo día que nací, el día en que murió su hermana, mi madre. Ahora mismo mi sangre podría llenar los 30 kilómetros de tubo que atravesará el cofre del Propietario para abandonarnos definitivamente y salir de los límites del único lugar del mundo que ha sido capaz de sobrevivir a la guerra. El lugar que él mismo creó. 

La muchedumbre llora. A todos los ayudó, a todos los salvó. Todos observan cómo el cofre va recorriendo el tubo transparente hasta que coge altura, aumenta su velocidad y salta definitivamente al espacio. El dolor se hace inmenso en mi pecho, me pesa, siento que me ahogo, siento que no puedo respirar. Mis lágrimas están inundando mis pulmones, encharcan mis arterias, no controlo mis nervios. Siento que hoy he muerto un poco.

Me dan el pésame.

Muchos de ellos me entregan notas, cartas, condolencias. Las guardo. No tengo ánimo para leerlas. Y no conseguirán consolarme.

Los dos días siguientes, los paso metido en el agua. Lo llaman centro de reflexión. Varias cápsulas de agua distribuidas en círculos. Entre, colóquese la mascarilla, respire hondo, cálmese, nivel de agua 100 por 100, reflexione... Mientras aguanto la respiración antes de que la mascarilla deje fluir el oxígeno y dejo sentir en las paredes de mi cráneo la presión, pienso en uno de los mensajes. 

Entre las líneas de uno de los pésames, unas breves incisiones en el idioma antiguo. Necesito traducirlo... pero no recuerdo todo el mensaje bien. Sólo entendí "fuera de los límites". El Propietario ya era viejo, nada le pudo librar de un infarto cerebral. Su tiempo se había acabado de repente. Es la muerte moderna, dijeron los médicos, llega sin avisar, aniquila al instante. El hombre que construyó la única ciudad sana que queda en la Tierra. El que salvó a cientos.

Alguien se coloca en la vaina de agua que tengo al lado. Parece preocupado. Sólo lo he mirado un instante, no quiero llamar su atención, ni molestarlo.


Llamada desde 2222Donde viven las historias. Descúbrelo ahora