CAPÍTULO QUINCE.

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FRANCHESKA

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FRANCHESKA.

No podía sacar de mi mente los retratos que había visto en el estudio de Aleksander.

Probablemente jamás lo haría, no era posible cuando mi imagen había sido plasmada de una manera que me hacía sentir hermosa y de otra manera que ni siquiera podía poner en palabras.

No era posible.

Cuando salí de aquel estudio y caminé hacia la sala de estar principal de la gran casa, sentí todo mi cuerpo temblar y, de nuevo, no sabía explicar directamente el porque. Ni siquiera entendía en que orden debía hacerme las preguntas, ya que desde que había conocido a aquel, sin duda alguna, siempre lograba dejarme sin palabras con su comportamiento y hablar.

—Mierda —susurré, mientras me sentaba en uno de los sofás y miraba hacia el helado exterior—. ¿Qué estás haciendo aquí, Francheska? ¿Qué haces?

Aquello era una pregunta bastante tonta, teniendo en cuenta de que no tenía precisamente a donde ir. Aún así, lo que realmente me estaba cuestionando era: ¿Qué hacía ahí con mi maestro universitario y con un hombre que se encontraba comprometido?

Podía continuar mintiéndome a mí misma y diciendo que aquello era netamente odio -lo fue al inicio-, pero ya nada se sentía de aquella manera, no era posible y no iba a mentir. No cuando de mi cabeza no podía borrar el recuerdo de sus besos y, después de aquella mandruga, jamás podría olvidar la precisión y perfección de esos cuadros.

Ni una foto habría sido tan perfecta como su arte.

Era como si de alguna manera, él me hubiera memorizado con tal practicidad metódica, que no había dudado ni un solo segundo en trazar cada detalle de mí. Desde mi largo y rizado cabello negro, hasta mis ojos amarillos, mis mejillas e incluso mi nariz pecosa. Por un momento, estuve tentada a contar las pecas que había ilustrado en mi nariz, para saber si eran las mismas que yo tenía y sabía que la respuesta sería sí.

Siempre sí.

Esto estaba mal. Lo sabía, en serio, lo hacía. Pero mientras estaba sentada en la sala de su casa, con la vista al exterior, no pude arrepentirme. No había manera en ello. Era imposible porque poco a poco, mientras pasaban los días e incluso las horas, yo podía comenzar a aceptar que había algo de mí que le gustaba mucho de él.

Incluso cuando tuvo el poco tacto conmigo y fue y me denunció ante el decano por faltar a su clase. Sí, en medio de eso, acepté que había una parte de mí que le gustaba él y ese fue el comienzo de mi inevitable caída.

Lo sabía.

No pude dormir esa madrugada, ni siquiera cuando estaba más fría que nunca y las cuatro de la mañana llegaron. No hice nada, solo me quedé ahí sentada pensando en todo y nada a la vez.

Pensé en mi padre, en mi madrastra, en Aleksander e incluso en mi madre. Pensé en ella y no pude evitar preguntarme que me diría si llegaba a descubrir que estaba tonteando con un hombre mayor que no solo era mi maestro, sino que también estaba comprometido.

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora