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No está seguro de cómo ganaron la guerra.
La celda en la que está encerrado Obito está bajo tierra, fortificada por varias barreras y custodiada por un pequeño ejército de nin ANBU. Lentamente, Kakashi baja los escalones en espiral, la negra franja de su sombra cortando la luz de las antorchas que rebotan en las paredes de piedra.
—¿Estás seguro? —Había dicho Tsunade. Kakashi se había quedado en su despacho, esperando la respuesta de Tsunade. Su ceño se frunció—. Muy bien —dijo Tsunade—. Lo permitiré —Y Kakashi se inclinó y le dio las gracias en silencio, recogiendo sus cosas.
La escalera desciende, y Kakashi saluda con la cabeza a los guardias ANBU de la entrada. La puerta grita, y luego se abre, con el pesado revestimiento metálico rozando el hormigón, y Kakashi entra.
No hay luz en el pasillo, y los ojos de Kakashi tardan un momento en adaptarse. En algún lugar, una tubería está goteando, y sus pasos resuenan en silencio. Y entonces lo oye: el leve crujido de unas cadenas, el sonido de alguien moviéndose en la oscuridad.
—Kakashi —dice Obito, y Kakashi apenas puede distinguir su figura, encorvada contra los barrotes de metal—. Así que has venido.
Se desplaza de nuevo, y Kakashi levanta la antorcha, puede ver cómo el ojo de Obito aún rezuma sangre a través de las vendas. Le habían cegado como medida de precaución, a pesar de que su sharingan había sido sellado. «Ya es suficientemente peligroso sin él», había dicho Tsunade, y en silencio Kakashi se maravilla de cómo Obito aún es capaz de reconocerlo.
—Qué interesante —dice Obito, y Kakashi se arrodilla fuera de los barrotes—. No me digas que te estás poniendo nostálgico.
—Obito —dice Kakashi, y Obito se mueve, las cadenas crujen con su movimiento—. He traído un bálsamo. Es para tu ojo. Te ayudará con el dolor.
