Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
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FRANCHESKA.
Miré en silencio al decano Darson, mientras mis manos temblaban y yo continuaba sentada frente a él, al lado de Aleksander.
No dije nada, mientras el decano me hablaba sobre lo irresponsable que era por faltar a clases y sí, Aleksander puso la queja sobre que yo no estaba yendo a sus seminarios y aquello alzó alerta en el plantel académico y se descubrió que también había faltado reiteradamente a otras clases.
No llores, no llores, no llores —me repetí aquello una y otra vez, mientras el miedo me consumía.
No iba a darme el lujo de llorar frente a él, por mí podía irse al infierno para siempre y yo estaría feliz. Sin embargo, mientras más escuchaba hablar al decano, más cuenta me daba de que estaba en problemas.
—Tres faltas por asignaturas es suficiente para que entre en rojo y pierda el semestre —me estaba diciendo—. ¿Es eso lo que busca?
Negué.
—Hable —ordenó con dureza y mis labios temblaron.
—N-no, decano.
—Estoy sorprendido de todas las quejas que me llegan de usted a la semana. He tratado de ayudarla, pero es más que evidente que no quiere estar aquí, ¿verdad?
—Si quiero —dije—. Lamento todo y...
—Vamos a comenzar un informe disciplinario hacia su persona —dijo de repente, silenciándome—. Tomaremos medidas y, cuando eso pase, sabrá cuál es su sanción.
Oh, Dios.
Sabía que la mayoría de esas investigaciones disciplinarias terminaban en expulsión y no sabía qué haría yo sí aquello llegaba a suceder. No realmente lo que sería de mi vida o las consecuencias que debería soportar.
—Decano, por favor...
—Ya puede marcharse —me cortó con dureza y evidente impaciencia—. Sabrá sobre su estado pronto.
Me puse de pie totalmente rígida y no pude evitar mirar a Aleksander, el cual se había mantenido en silencio, mirando al decano con expresión vacía.
Sentí algo doloroso adueñarse de mi pecho, pero no le dirigí ni una sola palabra a su persona.
—Permiso, que tenga feliz tarde.
Mi voz sonó lo más firme posible o eso intenté. Aun así, quien no pudo mantenerse de aquella manera por mucho tiempo fui yo, ya que una vez que salí de la oficina y del edificio como tal. Caminé rápidamente hacia el campus y los senderos desolados de la facultad y dos minutos después, la que comenzó a llorar fui yo.
Lloré, permitiéndome dar rienda suelta a todo lo que estaba sintiendo, mientras llevaba una mano a mi pecho y no dejaba de caminar entre los árboles y pasto.
Lloré, ahogándome en la miseria que me había provocado aquel día y sabiendo que de cierta manera, yo me merecía todo lo que estaba sucediendo. Lo hacía por ser tan estúpida y, a la vez, una buena para nada.