Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
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DREEY.
Estaba jodido de mi cabeza.
Aquello fue lo único que me pude repetir una y otra vez, justo después de que me alejé de ella y sin dejar ir su rostro, procesé el hecho de que acababa de besarla.
Había besado a esa molesta y maleducada mujer.
Lo había hecho, ignorando el hecho de que era mi alumna y, más allá de eso, yo estaba comprometido con otra mujer, a la cual le había asegurado de que nos casaríamos pronto.
Necesitaba recuperar la razón y, aún así, no me molesté en alejarme lo suficiente de la molesta joven de ojos ambarinos y cabello anochecido.
No lo hice y eso me llenó de impaciencia porque detestaba la clase de poder indirecto que tenía sobre mí en cuestión de tan poco tiempo.
¿Cómo se atrevió a besarme de nuevo bajo la lluvia? ¿Como se atrevía a enviarme una foto suya en pijama frente al espejo? ¿Quién le dio el derecho para escuchar mis conversaciones privadas e insinuar algo sobre mi vida sexual? ¿Quién le dijo que podía faltar a mi condenada clase? ¿Como se atrevía?
Había revisado el listado de los primiparos que verían clase aquella tarde conmigo y, evidentemente, no fue una sorpresa para mí el ver el nombre de ella ahí, teniendo en cuenta de que el propio decano me había pedido un cupo para su persona.
La mayor parte del tiempo era un hijo de puta, sin embargo, cuando fui mínimamente caritativo y permití que ella fuese a mi seminario de artes plásticas y tuviera el privilegio... Decidió faltar y dejar muy en claro que carecía de modales.
La detestaba y, aun así, acababa de besarla.
Lo hice.
¿Por qué?, no estaba muy seguro, pero, era su culpa y lo sería siempre, sin importar el hecho de que la suavidad de su boca se quedó impregnada en mis labios, como también lo hizo su suave y dulce aroma.
—¿Por qué hizo eso? —preguntó, mirándome muy sorprendida—. ¿Acaso está demente?
—Ah, cuando me besa usted es divertido, pero cuando le pago con la misma moneda, de manera inmediata, ¿soy un demente?
Sus mejillas se sonrojaron con fuerza, evidenciando aún más sus pecas y la observé en silencio, tratando de no mostrar lo que había hecho en mí y como me tenía de hastiado.
Ich hasste sie, weil sie so blöd war.
—Lo acusaré por esto —dejó en claro, levantando la barbilla y casi retándome.
La conocía poco y ya sabía que le encantaba hacer eso.
Sin saber porque, mi mirada se vio atraída hacia su largo y rizado cabello. Estaba seguro de que jamás había visto unos rizos tan definidos y perfectos, y era una lástima que algo tan atrayente -algo que se podría dibujar con devoción-, fuese suyo.