CAPÍTULO DIEZ.

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FRANCHESKA.

¿¡Lo besaste de nuevo!? —me preguntó María del Mar, con los ojos muy abiertos—. ¿¡Le enviaste una foto tuya!?

Miré alrededor consternada.

—Baja la voz —me quejé—. Te conté a ti, no a toda la universidad.

Lo primero que había hecho al despertar, había sido llamar a María del Mar y contarle lo que había sucedido con Aleksander. Seguía bastante molesta y ahora un poco resfriada, pero, definitivamente, no me sentía arrepentida de nada.

Que se jodiera.

—Estás muy loca, Francheska —dijo, cuando me hizo repetirle paso a paso todo lo que había sucedido—. ¿Acaso quieres que ese hombre te delate con la directiva?

Comí una de mis papas fritas y me encogí de hombros, mientras trataba de ignorar ese miedo.

—Si lo hace, le contaré todo a su prometida.

Una parte de mí estaba segura de que tendría infinita satisfacción al verle la cara a la maestra Castle, luego de que ella descubriera que había estado a solas con su prometido y lo había besado dos beses.

Me daba igual que tan inmoral fuese aquello, ninguno de ellos dos merecía respeto por parte mía.

Los odiaba, eran tal para cual y si debía seguir siendo una arpía para defenderme, sin duda alguna, lo haría.

—Bien, me gusta esta nueva Francheska —dijo de repente—. No me malinterpretes, te amo cuado eres toda sentimental y amable, pero ¿tú siendo una roba prometidos? ¡Me encanta!

—Dios, recuérdame jamás volver a contarte nada —suspiré—. Eres una ruidosa y, además, no soy una roba prometidos. Jamás querría algo con ese grosero.

—Sí, sí, como digas. Ahora sé sincera y dime cómo besa.

Suspiré.

En realidad, no sabía eso, ya que él jamás me había devuelto el beso y, siendo sincera, nuestros encuentros -iniciados siempre por mí-, habían sido muy castos e insípidos.

Estaba segura de que ni besar sabía.

—Besa terrible y, no soy una roba prometidos —repetí.

—Lo eres, pero, siéntete orgullosa, has logrado lo que ninguna otra alumna ha hecho en dos años y es tener su atención. Esa es mi amiga, te admiro.

Quise decirle que tener su gruñona atención no era precisamente algo que me emocionara, pero guardé silencio porque llevarle la contraria a ella era casi imposible.

—¿Sabes que quiero? —sonrió—. Quiero tus feromonas.

Sin saber que estaba haciendo, la demente acercó su rostro a mi brazo y comenzó a restregarse como si fuese un gato.

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora