Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
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FRANCHESKA.
Estaba furiosa y mis piernas estaban temblando, justo después de que entré a casa y sentí el enojo crecer a abismos exponenciales.
¡Lo odiaba!
Realmente lo odiaba y jamás quería saber más nada de él. Me daba totalmente igual si tenía que limpiar su estúpido auditorio y, de hecho, estaba muy dispuesta a faltar a sus clases. Todo me daba igual.
¿Cómo se atrevía a quererme acusar después de que fui amable con él? ¿Después de que le pedí perdón una y otra vez?
Que se jodiera.
Jamás me disculparía de nuevo con su fea persona, de hecho, cada que lo escuchaba hablar, podía entender más y más porque estaba comprometido con Lory Castle.
Par de psicópatas narcisistas juntos.
¡Los odiaba y sí, no me cansaba de repetirlo!
Ignorando el desastre que mis zapatos dejaron atrás, subí las escaleras hacia mi habitación y una vez estuve ahí, me deshice rápidamente de la ropa emparamada y me puse algo cálido, tratando de darle calor a mi cuerpo.
No pasé por alto el hecho de que tenía otra chaqueta de él -tres en total- y, en definitiva, no iba a devolvérselas. Se veían de calidad e iba a buscar un sitio en internet para venderlas y sacarles dinero para mí.
Sí, así de enojada me encontraba.
No tardé mucho tiempo en terminarme de cambiar. Justo cuando escuché golpes en mi puerta y, seguido a eso, ésta misma se abrió sin que yo llegara a decir un "adelante".
—Francheska —Zandra apareció en el umbral, viéndose levemente molesta—. ¿Qué es ese desastre que hay allá abajo? —sus ojos azules dieron con los míos—. Lo mínimo que podrías hacer es tratar de respetar las reglas de esta casa y dejar todo tal y como lo encuentras.
Sus palabras fueron como una bofetada para mí, pero no porque ella siempre estuviera recalcando el hecho de que yo tenía que ser agradecida por estar ahí. Sino más bien porque por primera vez desde que llegué ahí, estuve a punto de decirle que se fuese al demonio.
Quería que se jodiera ella y todos los que me hacían la vida imposible.
¡Estaba tan harta!
—Bajaré a limpiar —dije con calma—. Me agarró la lluvia mientras venía caminando.
—¿Y tu sombrilla?
—No sé, la olvidé.
Los ojos de ella me recorrieron de arriba abajo con evidente disgusto y por un instante realmente pensé que todo había acabado ahí, pero no.
—Vi que una camioneta se estacionó enfrente cuando veníamos llegando. ¿Alguien te trajo?
Mi corazón se aceleró ante la idea de que ella supiera que había estado cerca del prometido de su mejor amiga y, no siendo suficiente, que yo lo había besado de nuevo.