Capítulo Treinta: Los cocodrilos tienen hambre

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—Podrías hacerlo —dice la voz de la niña, ella está a un lado de Noelia.

¿Podría?

—Puedes ¿Quieres hacerlo? —Me pregunta sonriendo.

¿Quiero hacerlo?

—¡Shaina!

Parpadeo y con lentitud vuelvo la mirada a mamá. No hay sangre, su rostro no está destrozado y me ve de una manera en la que creo que nunca lo ha hecho.

—Creo que ya no tengo hambre —murmuro, poniéndome de pie y retirando la silla hacia atrás—. Debo ir a trabajar.

—Shaina...

—Tengo mucho trabajo pendiente.

—Shaina...

—No tengo hambre, debo irme.

Tomo mi bolso y camino hacia la puerta escuchándola decir mi nombre.

—Shaina, tienes que comer...

—¡Te he dicho que no tengo hambre! —Le grito cuando giro y retrocede—. No. Tengo. Hambre ¿Se entiende? ¿Es lo suficiente claro?

Abre y cierra la boca en tanto su piel palidece y nuevamente le veo el rostro cubierto de sangre.

—Límpiate, mamá, es mucho rojo —susurro antes de salir de casa.

Debería llamar a un taxi o tomar el bus que haga la ruta, pero decido caminar intentando entender mis caóticos pensamientos, pero tal vez deba comenzar a comprender que nunca lo haré, es solo que me cuesta aceptarlo porque es doloroso despertar cada día sin saber quién soy, es angustiante e inquietante tener lagunas en mi cabeza, es aterrador entender que he sido lo que otros quieren, pero que tampoco sé quién quiero ser.

Y es escalofriante tener todo este despertar de pensamientos violentos que no me inquietan.

En ocasiones me he encontrado viendo a mi antigua medicación cómo un adicto a su droga, porque cuando me medicaba no tenía que lidiar con tantas emociones, llevaba una rutina, no me cuestionaba y simplemente me odiaba a mí misma.

Es más fácil odiarme que vivir todas estas emociones.

Pero tampoco quiero ser una prisionera, comienzo a saborear esto que no es libertad ni libre albedrío, pero mis cadenas son más largas y al menos se siente cómo si en ocasiones, yo tuviese las riendas.

Camino unas significativas cuadras cuando mi estómago gruñe, tengo mucha hambre, no sé cuándo fue la última vez que comí, mi último recuerdo es de hace dos días y mamá me dijo "seguro fue la medicación" sin saber que lo he dejado de tomar desde hace dos semanas.

Detengo mi caminata y me toco el estómago porque la sensación de hambre es dolorosa así que de una manera impulsiva cómo he sido últimamente, llamo a Anders.

—Mi traviesa —dice su voz al otro lado del teléfono y siento el impulso de querer sonreír.

—Tengo hambre.

Hay unos breves segundos de silencio antes de que su risa baja resuene y me sonrojo.

—De acuerdo... ¿Está en mis manos saciar esa hambre?

—Yo... Lo que quise decir, es que quería... —Mi voz va disminuyendo cuando tengo esta extraña sensación de ser observada.

—¿Si? ¿Qué querías?

Volteo y no noto nada extraño, pocas personas transitan y los autos pasan sin detenerse, vuelvo la vista al frente.

—Comer contigo —Termino por decir.

El Rostro de una MentiraWhere stories live. Discover now