CAPÍTULO CINCO.

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Septiembre estaba siendo un mes realmente bueno y pese a que se acercaba el otoño, el clima estuvo un poco más cálido que el de los días anteriores y agradecí aquello, porque después de pasar dos semanas en recuperación y poder estar confiada de c...

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Septiembre estaba siendo un mes realmente bueno y pese a que se acercaba el otoño, el clima estuvo un poco más cálido que el de los días anteriores y agradecí aquello, porque después de pasar dos semanas en recuperación y poder estar confiada de caminar, lo último que deseaba era estar encerrada por las lluvias y el frío.

La recuperación había sido realmente dolorosa, puesto que no tuve ninguno de los medicamentos que me recetaron, lo único con lo que pude ayudarme fue con compresas de agua tibia y helada. La verdad era que jamás le dije a mi padre y a mi madrastra sobre la receta médica que me enviaron, ya que no quería hacerlos gastar dinero en mí y si esto era mi culpa, sin duda alguna, podría solucionarlo a mi manera.

—No te ves mal —dije en voz baja, mientras observaba mi vestido amarillo de mangas en el espejo. Era lindo, delicado y perfecto para el clima de aquel día—. Estás bien, lo estarás.

Puse una pinza de abeja en mi largo cabello negro y gustándome como se veían los rizos negros alrededor de mí, me alejé del espejo, repitiéndome que estaba muy lista y que nada malo iba a suceder.

Me convencí de aquello y dejé mi miedo atrás, porque estuve segura de que si el decano hasta ahora no había llamado a poner una sola queja, sin más, eso significaba que Aleksander no habló de mí o simplemente no logró identificarme.

Tenía sus dos chaquetas y su reloj.

En primera estancia, pensé en botarlo todo para así sacarme de mi mente sus palabras odiosas y mirada fría, aún así, no fui capaz y era por ello que al fondo de mi armario estaban sus pertenencias, incluido el reloj.

Había evitado tocar nada de lo suyo porque, tenía la creencia de que él sabría que lo estaba haciendo y, por más estúpido que pareciera, quería evitar su recuerdo a toda costa porque me enojaba, pero también me hacía sentir curiosa y culpable por...

El beso.

El beso que yo le di.

No iba a mentir que no había buscando su nombre en la lista de maestros de la universidad. Lo había hecho y no encontré nada. En absoluto.

Me irritaba no saber su apellido y, más allá de eso, estaba casi segura de que me había mentido y, al final del día, no era un maestro como tanto lo insinuó y solo buscó asustarme.

—Vamos, déjalo estar. Ya fue.

Me quería obligar a dejar ese suceso atrás y cuando comencé a salir de la habitación, de repente, sin más, me detuve y volviendo a mi closet, busqué lo que no quería y me prometí no volver a tocar y me lo puse.

Me puse su costoso reloj.

Mis labios se curvaron con rebeldía y, después de ello, bajé las escaleras de la casa lentamente y me armé de valentía para afrontar el día.

—Buenos días —me saludó Zandra, mi madrastra, cuando me vio entrar a la cocina —. Tu padre ha salido hoy un poco más temprano.

—Oh —susurré—. Está bien, puedo tomar un taxi.

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora