CAPÍTULO CUATRO.

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Sabía que lo que acababa de hacer estaba mal, pero, no podía frenarme a mí misma y mucho menos cuando se trataba de algo que estaba ligado a mi comportamiento y a mi padre

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Sabía que lo que acababa de hacer estaba mal, pero, no podía frenarme a mí misma y mucho menos cuando se trataba de algo que estaba ligado a mi comportamiento y a mi padre.

Aleksander estaba furioso, después de que lo besé, no volvió a hablar conmigo y se mantuvo siempre mirando hacia enfrente, mientras la lluvia seguía cayendo encima de nosotros.

No podía superar el hecho de que, primero, había robado a un maestro y, segundo, ¡También besé a un maestro!

Era un desastre.

Ya estábamos terminando de bajar el sendero y, así mismo, de repente, fue consiente de que estábamos muy cerca de encontrarnos con gente y tuve miedo de las consecuencias.

—Deténgase un momento —pedí y él me ignoró, mientras seguía su camino—. Me duele mucho, quiero que se detenga.

Su silencio era más que suficiente y era evidentemente que él se encontraba enojado por el beso que le había dado antes y, tras pensarlo por un momento, toda la euforia desapareció y comencé a sentirme mortificada por mis acciones, porque para bien o para mal, aquello no tenía justificación.

—Es enserio, me duele mucho, quiero que se detenga.

Pese a mi dolor, comencé a revolverme en sus brazos y eso lo hizo parar su marcha por molestia, mientas que sus ojos verdes daban con los míos en la casi penumbra del momento.

—¿Va a querer ir a enfermería, sí o no?

Tragué saliva con fuerza, sabiendo que estaba contra la espada y la pared. No conocía a ese sujeto de nada, aun así, se veía como alguien que difícilmente se dejaba doblegar, por tal, tenía la duda si me acusaría apenas tuviera la oportunidad.

Teniendo en cuenta su enojo, lo más probable es que aquello sí sucediera.

Por otra parte, ir a la enfermería tampoco era una buena idea, no cuando tendría que identificarme frente a él y eso, sin duda alguna, me dejaría desvalijada y ya no sabía si era tan buena idea lo de decir que él me había besado.

Rápidamente, llegué a una conclusión:

Debía escapar.

No podía permitir que él me llevara hacia los lugares en donde habían más cámaras. Así, de manera muy fácil, me reconocerían y de solo imaginar el rostro de mi padre, molesto y decepcionado, supe que necesitaba otro plan.

—Necesito descansar un momento —susurré— me duele mucho.

—No estamos lejos, estoy seguro de que usted puede aguantar.

Estábamos cerca de los estacionamientos, por ello, señalé una de las sillas de descanso, las cuales quedaban en un escampado y dije:

—Déjeme ahí. Realmente necesito un segundo.

ALEVOSÍA  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora