Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
Espero que el capítulo les guste, manas. Si es así, recuerden dejarme sus votos y comentarios. 💚💛
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Miré el plato de comida que tenía frente a mí e intenté no moverme ansiosa, mientras mi padre continuaba hablando de quien sabe qué.
En mi cabeza me repetí una y otra vez que debía de ser agradecida y por más que me esforcé por serlo, estaba a punto de vomitar y...
—Come, Francheska —dijo de repente mi padre, dejando de mirar a su esposa, para centrarse en mí—. ¿O no te gustó la cena?
Forcé una sonrisa inmediatamente y negué, temerosa de molestarlo.
—Está todo delicioso —aseguré y llevé un trozo de carne a mi boca y mastiqué—. Gracias, Zandra. Gracias, papá.
Ella asintió hacia mí sin prestarme mucha atención y volvió a llamar a mi padre, para que se centrara solo en ella. Continué comiéndome toda la carne y no solo tuve que esforzarme para detener mis náuseas, sino que también tuve que hacer todo lo posible para no romper en llanto.
Desde los cinco años de edad era vegetariana. Era una decisión que tomé a esa edad cuando descubrí que amaba a los animales y jamás sería capaz de comerme alguno. Aprendí mucho de mi madre, Jennifer, la cual toda su vida también fue vegetariana y me enseñó a comer rico y sano sin tener que consumir carne animal.
Mis abuelos respetaban esa decisión, todo mundo lo hacía y por un momento esperé que mi padre lo hiciera, creí que a él le importaría saber que no soportaba comer proteína animal, a excepción del huevo y, pese a que se lo conté tres meses atrás cuando llegué a vivir con él, jamas le importó o simplemente lo olvidó.
Quería creer que se le había olvidado. Era más fácil para mí aceptar eso, porque la idea de que yo no le importara a él, justo cuando vine a buscarlo desde España a Inglaterra, me rompía el corazón.
Cada noche en mi plato había algún animal muerto, había intentado pasar de la cena, pero sabía que a ambos les molestaba aquel desplante y lo último que deseaba era darle más razones a mi padre para dudar de mí, por eso mismo, pese a que mi cuerpo rechazaba la carne y mi piel sufría brotes alérgicos, traté de comer y actuar lo más feliz posible, para que él supiera que estaba bien y feliz de estar a su lado.
—¿Cómo te fue hoy en la universidad, Francheska? —preguntó de repente mi padre, llevando sus ojos oscuros a mí.
—Bien —dije inmediatamente—. Muy bien, papá.
Amaba poder decirle "papá" era extraño y se sentía bien, ya que nunca en la vida había usado la palabra como tal. Tenía a mi abuelo Gabriel, el padre de mi madre, al cual solía llamar abuelo y, en ocasiones "papi" sin embargo, ahora sabía que frente a mí estaba mi verdadero padre y eso me hacía feliz.
Ya no me sentía tan bastarda.
—Bueno, no sé si "bien" es la palabra adecuada —dijo de repente Zandra y yo me tensé—. Supe que estuviste en dirección hoy.