Nunca debí caer por él.
Sin embargo, tampoco detuve mi descenso.
Nada logró apaciguar las maliciosas llamas de deseo que se prendieron dentro de mí.
No su frialdad.
No su silencio.
No sus advertencias.
No las consecuencias.
Y mucho menos la diferenc...
NOTA: Hermanas, como ya saben, he decidido resubir una segunda versión de alevosía. La trama central sigue siendo la misma, pero cambió varias cosas que siento que van a ayudar muchísimo más para que conectemos con nuestros protagonistas. Recuerden que si están releyendo esto, no spoilear a los nuevos lectores.
Disfruten tanto como yo tener de regreso a nuestro bebés y nada, gracias en serio por el apoyo. (Si son antiguos, comenten (R) y si son nuevos, la (N) 💛🌚
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Escuché en silencio todo lo que la maestra Lory Castle estaba diciendo y traté de mantener mi cabeza baja, porque siendo sincera, lo último que deseaba era ganarme su atención odiosa de siempre.
Iba por mi primer semestre de contabilidad y continuaba preguntándome por qué tenía que ver una materia de cátedra que hablara de la razón y comportamiento humano y, sobre todo, con ella.
Lory Castle, era la mejor amiga de mi madrastra, la cual también era maestra de esa misma universidad. Al inicio pensé que todo eso sería bueno, teniendo en cuenta que estúpidamente creí que Zandra y yo nos llevaríamos bien, pero todo era difícil, más por parte de ella que mía. Además, estaba casi segura de que mi madrastra le había dicho algo sobre a mí a la maestra, ya que esta desde el momento uno no parecía soportarme.
El salón de clases estaba repleto de estudiantes de primer semestre. Todos se veían aburridos y otros un poco dormidos; aun así, eso no fue suficiente para detener la palabrería de la rubia.
—Es importante entender que la consciencia es algo que podemos no solo interpretar, sino también otorgar —estaba diciendo ella—. La consciencia de nuestros aprendizajes es algo de nosotros, que podemos compartir con otros y hacerlos partes de nuestro proceso.
Fruncí el ceño, sin entender con exactitud de qué estaba hablando.
—Aceptemos que la maestra está como quiere —escuché una voz masculina hablar desde atrás—. Pero habla como una loca. ¿A quién le importa la consciencia?
Estaba de acuerdo un poco en aquello, para mí, no tenía nada de sentido lo que ella estaba diciendo, pero sabía que no podía opinar mucho en aquella clase, ya había sido callada con anterioridad.
—Tengo treinta y un años y descubrí que podía compartir mi consciencia con otras personas a una edad temprana. Lo hice cuando fui capaz de percibir que la experiencia ajena siempre nutre al individuo lejano.
Eso seguía sin tener sentido.
—¿O sea que lo que yo viva, puede ser parte de la consciencia de otra persona? —preguntó un compañero y ella asintió.
—Exactamente, desde el diálogo podemos concientizar a otros porque...
Me desconecté de sus palabras y miré al frente en silencio, perdiéndome en la nada. No supe mucho de qué siguió la charla, hasta que escuché un par de risitas a mi alrededor y salí de mi espabilo.