Domestic Wessa (Fanfiction)

Merecedor.

Will Herondale nunca había pensado, ni cuando se permitía soñar tan solo un poco, que podría experimentar, alguna vez, la dicha de tener una familia.

Habían sido días oscuros, aquellos de su juventud que ahora se le hacían lejanos, cuando todo lo que podía permitirse era el amor de su parabatai, siempre cercano, firme, una mano que lo sujetaba y lo guiaba; habían sido días de inagotable agonía, de un sufrimiento que debía cargar como su propia cruz, alejándose de todos a los que quería, ahuyentándolos con la crueldad que había tenido que aprender desde que era tan solo un niño de doce años. Había pensado, en aquel entonces, que la vida jamás iba a concederle la felicidad que tienen algunos: de poder amar a alguien libremente, de crear un hogar con esa persona y poder soñar una vida plena, con la risa de sus hijos.

No. Eso era demasiado para él, demasiado bueno. Imposible. Sabía perfectamente que no lo merecía. Porque cada año que pasaba, el Will que había sido se desdibujaba más y más, hasta que el rastro de lo que algún día fue no era más que una sombra que casi no se veía. ¿Cómo podría merecer la bondad que el mundo tenía para ofrecer? Tan solo Jem había visto más allá de lo que Will dejaba ver a los demás, tan solo Jem había dedicado su vida entera a demostrar que Will era un buen hombre —de los mejores—, cuando ni siquiera Will lo creía. ¿Quién podría entonces recordárselo ahora que ya no estaba? ¿Quién iba a conocer la verdad de su existencia y aún así pensar que Will Herondale valía la pena?

Pero la respuesta llegó fácilmente a su mente: Tessa. Su Tessa.

Ya casi no pensaba en esos días. Prefería enterrarlos, olvidarlos, deshacerse de ellos porque ya no le pertenecían. Su maldición no era real. Él podía amar y ser amado. Pero las viejas costumbres eran difíciles de desechar, y Will había convivido por años con una persona que no era él, pero que tampoco era alguien más. En el camino, había dejado de ser él por completo. Jem era la persona que lo mantenía a flote, que le recordaba quién era en verdad. Luego, se unió Tessa: su voz era el camino a casa. Pero con solo la mitad de su corazón latiendo, puesto que Jem ya no era Jem —aunque siempre sería suyo, su pecado, el espejo de su propia alma—, a Will le costaba aferrarse a su felicidad.

Will Herondale nunca había pensado que, después de tantos años podría permitirse alguna vez la dicha de estar, verdaderamente, vivo.

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Estaba sentado en el borde de la cama cuando la puerta de la habitación se abrió levemente y entró Tessa. Will contuvo la respiración. No se explicaba, después de que Tessa le dijese que ella también sentía lo mismo, cómo es que podía merecerla. No solo era hermosa —aunque era la más hermosa de todas, en su opinión—, sino que era la persona que lo hacía sentir más en paz en todo el mundo. Hace años no sabía lo que era dormir sin que las pesadillas acudieran, y solo se ahuyentaron cuando dormía con Tessa, respirando el aroma de su cabello, viendo cómo la comisura de su boca se elevaba por algo que él había dicho. Recordaba que, hace años, la posibilidad de sonreír con libertad era un lujo que no se le permitía y ahora, cada que vez que se levantaba y miraba a su lado, cada vez que recordaba que sí, la vida había sido buena con él al darle un futuro al lado de Tessa, no podía evitar hacerlo. Nunca sonríes, le había dicho Tessa hace unos años, y ahora no podía dejar de hacerlo. Era extraño, ser feliz sin temer las consecuencias.

Y todo era gracias a ella.

Llevaba puesto un vestido azul —le encantaba ese color especialmente—, y sus ojos se veían como el cielo de Idris cuando está a punto de llover. Tenía una gracia para moverse, aunque siempre hacía él, como si hubiese un hilo que la atara y lo llevase hacia donde él estaba. Siempre. Una y otra vez, Will y Tessa se habían encontrado, en la imposibilidad, en el silencio y ahora, en la intimidad. Ella alzó la mirada y sonrió.