2. Desdén

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Por suerte para Beth, el tan esperado día había llegado. Y aún para mayor fortuna de su hermana mayor, ya no iba a tener que seguir lidiando con las interminables conversaciones de Betty acerca de su presentación en sociedad.

La mujercita había estado practicando durante semanas sus pasos de baile y sus temas de conversación. Incluso había planeado cuáles iban a ser exactamente sus gestos, cuando el caballero indicado le pidiera su primer baile.

Emma debía admitir que, la casa de verano de los Dagger en Perth era magnífica y elegante. Y, aunque reflejaba cierta desesperación por querer replicar la típica arquitectura al estilo francés, era bastante pintoresca.

Una vez dentro de la sala principal, Beth pronto se separó de su hermana para recorrer la casa de los Dagger. Estaba claro de que era una astuta excusa para poder analizar con tranquilidad a los posibles candidatos presentes.
Ésa era la única explicación para justificar que estuviera en uno de los balcones más altos, observando curiosa a los invitados que llegaban.

—Señorita Loughty.

Saludó a Emma una voz ya muy conocida, y por ende, amigable.

—Oh, Bearnard. Qué agradable es volver a verte. ¿Qué tal tu viaje por Asia? Necesito que me lo cuentes todo.

Ambos jóvenes se abrazaron felices por su encuentro, luego de diez meses sin verse.

—Fue magnífico. He aprendido tantas cosas, querida Emma... ¿y tu hermana? —preguntó estirando su cuello para buscarla con la vista.

Emma pensó que se había tardado demasiado en preguntar.

—Por ahí anda. Seguramente estará feliz de verte.

—¿Tú crees? —sacudió sus manos a los costados, nervioso—. Ya estoy sudando.

—No demuestres demasiada emoción, ya sabes cómo es Beth.

Asintió y siguió su camino, en busca de su amada.

Luego de un rato, y después de varias charlas sin sentido con personas desconocidas para Emma, el salón entero se vio seriamente silenciado y opacado por la entrada de tres misteriosas personas.

Dos distinguidos caballeros, junto a una bella dama, entraron a las risas, dirigiéndose ceremonialmente hacia el gran baile. Uno de ellos iba tomando el brazo de la hermosa mujer.

—Allí viene mi hijo. Ésos tres han sido inseparables siempre. Son mejores amigos desde la cuna —informó entusiasmada una de las personas con las la señorita Loughty había hablado minutos antes.

Aparentemente era la madre de uno de ellos.

Emma sólo asintió en forma de mostrar que la estaba escuchando, sin quitar la vista de aquellos tres.

El ingreso del señor Dagger, el señor Kim y el de la duquesa, habían cambiado drásticamente el ambiente del lugar, convirtiéndolo en una mezcla de tensión y competencia que a simple vista se percibía en el aire.

Todos y todas, explícitamente deseosos, sabían que debían ir detrás de alguno de los tres más codiciados de toda la fiesta, para de esa manera casarse con uno de ellos, y ser así la sensación de la temporada.

Es decir, se trataba del muchacho más rico de Inglaterra, acompañado por el hombre que recientemente se había hecho tres veces más rico, junto a la mismísima duquesa de Cambridge.

Oficialmente, la época de caza había comenzado, pensó Emma.

El señor Loughty, apresurado por ser también una de las primeras familias en presentarse, se acercó con sus dos hijas a rastras, hasta donde se encontraba la familia de los Kim.

Incluso el señor Loughty sabía que era imprescindible que una de sus hijas se casara con alguno de los tres más codiciados.

—No puede creerlo. ¡Mi gran amigo de toda la vida ha hecho por fin uso de su presencia! —saludó feliz de verle, el más anciano de los Kim.

—Gran señor Kim, es un placer verlo aquí después de tanto tiempo. Permítame le presento a mis hijas, Emma Loughty y Beth Loughty —anunció orgulloso.

Ambas hicieron una elegante reverencia y fueron correspondidas por el resto de la familia.

—Vaya, vaya. Ya son todas unas señoritas.

—¿Conoce hace mucho a mi padre, señor? —preguntó la menor.

—Oh, por supuesto que sí. Desde que su padre invirtió mal en su primer hotel.

La familia Loughty se caracterizaba por la inteligencia y perspicacia de su padre para los negocios. Un joven señor Loughty había entrado al mundo de los negocios como un don nadie, luego como un simple abogado, convirtiéndose así después, en uno de los magnates más conocidos de toda Escocia.

—Para poner en marcha el proyecto, necesitaba un socio directo y él fue quién me dió una mano, confiando plenamente en mí sin conocerme —explicó el señor Loughty, conmovido.

—Y desde ese momento no pude quitármelo de encima —bromeó y todos rieron—. Pero qué modales los míos, no les he presentado a mis hijos. Ellos son Kim HyunJin, mi hijo mayor y su esposa, y mi hijo menor, Kim SeoKjin. Con nosotros vino también nuestra querida amiga de la familia, la duquesa de Cambridge, Sarah.

El muchacho más joven hizo una reverencia tan exagerada, que dejó sorprendida a Emma. No eran de la realeza como para que tuviera tal atención. Sin embargo, más tarde se dio cuenta de que así era cómo saludaban las personas nativas de Asia.

—¿Cómo está su padre, Sarah? —preguntó preocupado el señor Loughty.

Al parecer, era de público conocimiento que el duque de Cambridge, hacían ya varios años no contaba con buena salud.

—Ha mejorado considerablemente. Después de que descanse como es debido, podrá volver a su labor como duque —explicó la muchacha con nostalgia en su habla.

—Me alegra oírlo.

En los ojos de su padre, Emma pudo comprender que, en realidad, la salud del duque no había mejorado en lo más mínimo. De hecho un rato después, confirmó por otras fuentes —su nodriza, Naina—, que al señor le quedaba muy poco tiempo de vida.

—¿Le gusta a usted Perth? —preguntó Beth al menor de los Kim, con tal de sacar conversación.

Era una de las tantas preguntas que había ensayado días antes con su nodriza y su hermana.

—Más de lo que imaginé que me gustaría, confieso —contestó el señor SeokJin, no muy amablemente.

—Bueno, entonces deseo que los próximos días encuentre usted algo que llame su atención —dijo el señor Loughty.

—¿No quieres bailar con ella, querido? —invitó la madre de Kim Seokjin, dirigiéndose a Emma.

—Oh, no quisiera importunarlo —se anticipó ella, notando el desdén del joven.

—En realidad, si debo elegir y no es molestia para la señorita, prefiero bailar con Sarah.

Fue lo último que dijo antes de ofrecerle su brazo a la duquesa, y alejarse juntos a la pista de baile.
Después de eso, pasó de ellos como si fuesen menos que una bolsa de nada. Y volvía a ser él mismo cuando estaba en compañía de sus dos amigos.

«Qué hombre más extraño», pensó Emma.

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