El suicidio

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Después de dos semanas sin saber que había pasado con Rubí nos enteramos que se había suicidado en una habitación de un hotel. Matheus me dijo que habían encontrado metanfetamina.

El rubio me dijo que solo se debe tomar por poco tiempo (es decir, unas pocas semanas) cuando se utiliza para perder peso, como el caso de Rubí, y era por esa razón que las consumía por cuenta propia. Sin embargo, si ella consumió demasiado de este medicamento, y probablemete ella no pudo notar que el medicamento ya no controlaba sus síntomas, quizá sintió la necesidad de tomar grandes cantidades del medicamento, y pudo experimentar síntomas como sarpullido, dificultad para quedarse o permanecer dormido, irritabilidad, hiperactividad, y cambios inusuales en su personalidad o comportamiento. Utilizar metanfetamina en exceso también puede ocasionar problemas cardíacos graves o una muerte súbita.

Cuando el rubio me contó eso, en aquel momento, estaba dispuesto a hacerme pedazos. Inmediatamente fui a ver a Mathilde y la encontré con una navaja en la mano.

—Yo sé que la pelea que tuviste con tu hermana te pesa en las espaldas.

— Qué lindos versos dices tú, Demetrius. Pareces todo un maestro burlándote de mí de una manera tan mordaz —dijo al verme—. ¡Ahora tenemos un velorio a cajón cerrado!

No lo creo. Tu hermana no esta desfigurada. Murió por la sobredosis.

Los razonamientos de la juiciosa Mathilde me estaban enloqueciendo.

—¿Acaso me estás culpando por su sobredosis?  —exclamó irritada Mathilde, convencida de que yo me burlaba de ella; tirando un plato al piso, al caer resonó opacamente sobre la cerámica del piso de la cocina, quedando cientos de pedacitos de porcelana.

—Yo no digo que es tu culpa. Pero deja la navaja ahora —chillé.

En silencio, inclinando repentinamente la cabeza me dispuse a levantar los trozos del plato. Mathilde permaneció consternada viendo sus pies desnudos.

—Mañana tendremos que inclinarnos sobre un cadáver y no voy a poder pronunciar nunca más la palabra: hermana —añadió.

La rubia permaneció a los pies de su cama quizá por veinte minutos. La angustia y la somnolencia oscura la habían pegado duro como una puñalada trapera. Más su tristeza creció cuando vio a las silenciosas personas en la mañana. Su frente se arrugaba a través de la niebla, sus ojos estaban inyectados con sangre por tanto llorar. En su interior solo habitaba la desesperación.
Solo había que dar unos pasos para llegar al ataúd que estaba rodeado por flores de distintos colores, habia rosas, jazmines, peonias y calas. El aroma era lúgubre.

Lentamente nos acercamos al rostro de su hermana. Mathilde con una malevolencia cautelosa se inclino y besó su frente. Un trueno retumbó y eso hizo que la mañana se vuelva noche. Gris y oscura.

—Debías matarme —susurró Mathilde, inclinándose sobre el óbito.

Monique escuchó esas palabras y dijo entre dientes:

—Solo bastaría una puñalada en el lugar indicado.

Indudablemente, no se encontraba en sus cabales. Ni siquiera sabía porque Patty estaba en la casa velatoria. Pensé mientras entrecerraba mis ojos y apoyaba la cabeza en el hombro de Mathilde.

Esto es tan imposible —susurró Matheus.

—Tu hermana siempre fue una mujer extraordinaria —dije mientras le daba un abrazo a mi amigo.

Matheus se sintió feliz. Sonrío mientras las lágrimas caían por sus rostro a borbotones.

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Infames (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora