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Eso me hace sentarme de golpe.

De acuerdo, un poco chismosa sí soy. Y Olive también, aunque se esfuerza por ser seria. De hecho, esa debe ser una de sus razones para estudiar psicología, saber la vida de la gente y luego decir: pero, ¿quiénes somos nosotras para juzgar? En tono de broma, claro.

—Uh, por fin esta porquería de grupo se puso interesante —dice Rebecca, de repente animada.

—¿Cómo engañaste a alguien? —le pregunta el chico que me ha hablado a mí antes.

—¿Hiciste un catfish? —se interesa alguien más.

—Pero si estás bueno... —dice Rebecca, medio confundida.

—Un momento, tu cara se me hace conocida... —murmura el chico de nuevo.

La situación se descontrola otra vez como conmigo. Todos empiezan a soltarle más preguntas al mismo tiempo y hablarle. Nikko solo pasa la mirada de uno a otro, y aunque está tranquilo y hasta parece indiferente al caos, me fijo en que sus manos, que tiene puestas por encima de sus muslos, hacen un gesto nervioso. Es ese gesto de que los pulgares se frotan repetitivamente contra los laterales del dedo índice, con presión. Detecto que quiere esconderlo, pero aún así está ahí.

Curioso...

Olive decide intervenir de nuevo y hace callar al resto.

—Hay preguntas que cruzan el límite permitido —dice. Después mira a Nikko—. Responde lo que te haga sentir cómodo.

—¿Tengo que explicarlo? —pregunta él, dudoso, cuando le ceden la palabra—. ¿A detalle?

—Puedes darnos los detalles que creas convenientes —aclara Olive.

—Pero preferimos los importantes —Rebecca aclara también, y al parecer remeda a Olive con el tono de voz—. No como otras personas que los evitan...

—La idea es hablar —corrige Olive, tratando de no asesinar a la chica con la mirada—. Hablar hasta donde puedas.

Nikko se queda en silencio un momento. Después baja la mirada. El frote de los dedos sigue ahí, pero él se da cuenta y lo detiene.

—Bueno, lo que pasó fue que... —intenta empezar.

La curiosidad se me despierta. Siento que en verdad quiero oír la historia, aunque la idea de que sea alguien que engañó por internet, me molesta.

Pero no sabrás ese chisme este día, me dice la vida.

Y suena la campana de final de hora.

Olive se levanta con su carpeta de anotaciones en mano. Sus pantalones son de tela y su camisa blanca, muy profesional.

—Muy bien, seguiremos la sesión la próxima semana —anuncia—. Saskia y Nikko nos contarán luego qué sucedió. Al menos tienen algo para hacer teorías y mantener sus mentes ocupadas.

—Genial, ahora el grupo es una temporada de Game of Thrones... —se oye a Rebecca susurrar.

—Tienes un montón de problemas —le resopla el otro chico del grupo, medio malhumorado.

Todos se levantan y toman sus mochilas. Hago lo mismo, pero en lugar de ir a la salida, me acerco a Olive, quien se ha ido a su escritorio. No quiero verme enojada, pero seguro que parezco alterada. Mi cara es así.

Aunque dijeron que me veía destrozada. ¿Me veo tan destrozada?

—Quiero salirme —le exijo en un tono de voz demandante pero no muy alto para que no nos escuchen mientras salen.

El caos que somosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora