El Rey de los Gatos

Una Noche sin Estrellas

Cuando el sol empezó a ocultarse tras el horizonte, todas las tiendas del vecindario y las casas de la esquina cerraron sus puertas a la espera de la noche.

-Es una noche sin estrellas--contaban a los más pequeños- en noches como ésta sale el rey gato y sus crueles secuaces, ninguno que lo haya visto regresa entre nosotros, es la maldición del vecindario.

Diriel había escuchado éso toda su juventud, junto a sus hermanos debatían acerca de la leyenda que los acechaba de noche.

-No es verdad, es solo una tonta historia de niños para que todos vayan a dormir--decía el segundo de los hermanos.

-Si eso fuera verdad entonces solo las familias cerrarían sus puertas de noche- señaló el hermano mayor.

-Algún día pienso verlo yo misma-- decía Diriel y todos se rieron de ella.

-Si lo haces probablemente solo te encuentres con un gatito asustado en la calle y mamá te castigará--dijo el segundo y el primero apagó la lámpara para empezar a dormir.

Ésa noche, Diriel no pego un ojo y esperó pacientemente a que el silencio envolviera su casa.

En puntillas salió por la sala de estar hasta la puerta, la abrió, controlando el chirrido de la madera vieja y se asomó por el marco.

Por un momento solo hubo penumbra, silencio absoluto desde las fauces de la noche.

La luna brillaba en lo alto de una noche sin estrellas, justo como las historias decían y Diana sintió un escalofrío por su espalda.

Desde la oscuridad, una silueta iluminada de blanco salió caminando a sus anchas, llevaba capa y sombrero, pero tras él se meneaba una larga y peluda cola gatuna.

Dos ojos verdes y encendidos como brazas se fijaron en ella. Diriel no pudo ni siquiera reaccionar antes de que la oscuridad la envolviera a ella también.

Al día siguiente, los padres de Diriel notaron que su hija menor había desaparecido sin rastro, dejando la puerta abierta. Su familia se lamentó ampliamente, sin notar en ningún momento a la pequeña gata que dormía en su techo.