preludio

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El número total de veces que he podido ver al señor Park a la cara, es cero.

Conocí a SeokJin apenas comencé la universidad a los dieciocho, y durante un año nos hemos acompañado el uno al otro en el almuerzo, videojuegos en línea y una que otra llamada para recordarnos que: “oye, escoria, ¿has hecho ya tu parte del trabajo?” antes de que sean las tres de la mañana.

Jamás, ni por asomo, he pisado con mis propios zapatos Converse viejos el pórtico azulado que tiene macetas y un columpio de madera para echarse un rato al sol en la casa del señor Park. O también, la casa de SeokJin. El señor Park es el padre omega de SeokJin, en resumidas cuentas.

En un absoluto y fatigador año, he siquiera visto por mis propios ojos cómo rayos está situada la casa de SeokJin ahí adentro. Nunca he entrado.

SeokJin ha insinuado un par de veces bastante aleatorias; el buen sabor que tienen las alitas picantes que prepara su padre cuando está en casa. Siempre dice que sobran algunas para la cena, para el día siguiente, para los vecinos, para el perro, para el perro de los vecinos y para el mundo entero. Cuando me lo dice, no sé qué responderle y entonces me superpongo que él piensa que no lo comprendo.

«Ven a cenar a mi casa, YoonGi. A mi padre no le gusta ver novelas, podemos poner el canal de las peleas mientras comemos las alitas».

No me gustan las novelas, y él utiliza eso a su favor para tratar de persuadirme. Sin embargo sabe que negaré, como muy apesumbrado (y como siempre), y entonces cojo la bicicleta en la que venimos los dos hasta su casa y le digo que no, que lo siento, que estoy ocupado en el trabajo, y que mejor nos vemos mañana, en la escuela.

—¿Te cae mal mi papá o qué? —me dice, luego de haberme colocado la mochila, después suelta una de esas risas extrañas pero graciosas cuando me mira hacerle una mueca—. Perdón, perdón. Es que nunca quieres pasar. Y es raro, porque nunca jamás lo has visto. ¿O es su olor el que no te agrada? Te entiendo, a veces yo tampoco lo soporto. Le va mal en el trabajo y regresa a la casa con un humor... ni te cuento. A veces también pienso que le falta un revolcón.

Junto las cejas, SeokJin habla demasiado, le salen palabras incluso por los codos y en ocasiones dice cosas que no se pueden escupir tan a la ligera. —No conozco a tu padre, pero si mi hijo estuviera diciéndole a su amigo en medio de la calle que me falta un revolcón, ten por seguro que le castigo sin el mando el año entero y el que viene.

SeokJin se ríe de nuevo, como si mi regaño fuera el chiste del que uno puede reírse sin llegar a sentirse aburrido de escuchar la misma cosa una y otra vez.

—Menos mal que no tienes hijos —responde entre carcajadas el idiota. Estoy por reprenderlo cuando alcanzamos a oír, entre el ruido que hace un auto pasando a un lado nuestro, el teléfono de SeokJin con el tonito irritante del remix del Gangnam Style—. Es mi papá.

—Contesta, es tarde, estará imaginando que nos fuimos a beber o algo así.

SeokJin niega y se pega el celular a la oreja. —Nah, él sabe que detesto el alcohol. Pá... sí, aquí afuera. Nooo, nada de eso. No, pá... sí, sí... No. YoonGi. Sí... en un momento voy. Adiós —hace expresión de fastidio luego de colgar, se guarda el teléfono dentro del bolsillo y me tiende el puño para chocarlo—. Nos vemos mañana, quiere saber por qué tardé tanto en llegar. ¡No sabe que Kang odia mi desempeño estudiantil y me pone a hacer copias diciendo que no debo calificar a los demás como ocho y yo un diez! ¡Como si escribir la verdad tuviera algo de malo!

Me tomo una bocanada de aire frente a su indignada cara y entonces... lo huelo... El señor Park.

Los dos, SeokJin y yo, escuchamos sus pasos delicados como el andar de un gato elegante sobre el tejado de una casa fina, o el terciopelo negro de un sillón, haciendo un descenso mortífero para cualquier persona que se considere un gato elegante mientras baja las escaleras. Ni siquiera me gustan los gatos, pero el señor Park...

Me pierdo en el olor del padre de SeokJin. Él huele como algo a lo que no puedo darle forma si me lo preguntan frente a frente, pero si me lo preguntan y puedo pensarlo dentro de los rincones en mi cabeza cien mil veces, esas cien mil veces diré que su aroma es como la sensación de estar dentro de un frasco de duraznos maduros, tan maduros; que son duraznos rojos en lugar de anaranjados.

Unos duraznos rojos, tan maduros, que se les puede sentir la dulzura de su madurez en la boca únicamente olisquieándolos a veinte centímetros de la nariz. Estos duraznos pueden ser suaves, o firmes, no lo sé con exactitud porque jamás los he probado, pero estoy seguro de que su almíbar se escurre entre las orillas de los labios y hace un camino que es todo dulce, y rojo y maduro.

Unos duraznos rojos que saben al señor Park.

Y antes de permitirme continuar imaginando cómo se siente el estar dentro de un frasco de duraznos maduros, me detengo, y miro sobre el hombro de SeokJin, las luces encendidas de la cocina. Maldice.

—Ya encendió la luz. Mejor entro antes de que salga a buscarme. No sabes cómo se pone cuando se enoja y no quieres saber. Ahí nos vemos mañana, YoonGi. Ve con cuidado.

Lo veo correr a la casa, azotar la puerta y el viento de su azote trayendo mareos para el columpio y las ramitas de las macetas en el pórtico. Observo la quietud de la casa y me adueño del último rastro oloroso que dejó SeokJin antes de irse.

Me ajusto las correas de la mochila y pedaleando a casa con la bruma nublando mis sentidos de alfa hormonal/cavernícola, pienso en cómo diablos podría explicarle a SeokJin que no, que no es que no quiera comer las alitas picantes que hace su padre cuando está en casa, que no me importa si le gustan las novelas o no, o que si quiera considere la locura de creer que su padre me cae mal.

Pero cómo diablos podría explicarle que su padre tiene el aroma del omega maduro más adictivo que he sentido en mis insignificantes diecinueve años de vida, y que había tenido sueños mientras, pudoroso y tan, tan avergonzado, me empujaba salvajemente en medio de sus piernas. Con brutalidad instintiva, me imaginaba sus gemidos dulces, tiernos, agotados por incontables orgamos que yo le había provocado, que la insensatez incoherente de mi lobo había provocado.

Cómo diablos darle explicaciones del deseo irracional que sentía hacia a él. Hacia su padre.

Hacia un omega al que nunca, en doce meses y cincuenta y dos semanas, le había visto la cara.

mr. parkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora