SEIS

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-Bienvenida -dijo Tora.

Había entrado en la primera posada de Burford, su nombre, King's head, me dio una corazonada. Estaba anocheciendo y parecía que aquél pueblo tenía más vida que nunca. Las calles estaban llenas de personas cantando y bailando. En las puertas de las tabernas se acumulaban grupos riendo y bebiendo. Como si no sintieran el frío.

No tuve que buscar ni preguntar. Pues una mujer llegó a mi, directa entre el gentío y miró mis ojos sin discreción. Era alta, rubia, de la edad de Cyra, con la misma ropa que Gova y con un deje alegre y ligero. Cuando llegamos a las habitaciones de la planta superior, se giró a saludarme.

-Estoy muy feliz de tenerte aquí, al fin. No temas, aquí no van a encontrarte, así que vas a poder quedarte una temporada. -abrí la boca y siguió hablando: -Contestaré todas tus preguntas, pero ahora debes descansar y comer algo caliente -. Señaló unas escaleras que seguían hacia arriba. -Tu habitación estará en el tercer piso, donde no tenemos huéspedes.

Y cuando se hubo marchado susurré un: -Encantada de conocerte.

Recorrí el pasillo en silencio, sintiendo el cansancio pesar en mis parpados. Subí escaleras y llegué a otro corredor de habitaciones. Supuse que la mía sería la única que tenía la puerta abierta, así que entré y eché la llave. Me alegré de que tuviera una ventana. Abrí, silbé y Palo escaló ágil como el viento.

La noche sería la más fría que había vivido hasta ahora, así que me complació no tener que dormir en el tronco hueco de un árbol.

La chimenea estaba encendida y la habitación tenía una segunda estancia que servía de aseo. Había una tina de lata con rebordes dorados. De lo más exótico y lujoso para una posada.

Alguien tocó tres veces a la puerta y apretó la maneta hacia abajo, queriendo abrir. Por un momento pensé que tal vez estaba en la habitación de otra persona. Pero una voz al otro lado dijo:

-No te encierres.

Al abrir, había una chica morena con el pelo corto por el mentón y recto, un estilo que no había visto hasta ese momento. Bastante inusual y arriesgado, si me preguntan a mi. Bastante pagano si le preguntan a Edward el grande.

Sus ojos eran verdes, sus manos estaban apretadas en puños y su expresión era guasona. Llevaba la misma túnica burdeos que las demás, así que supuse que sería otra bruja.

-¿Quién eres tu? -dije lentamente. Ella apretó sus dientes. -Y ¿qué quieres?

-Soy Hilda y vengo a decirte que no te encierres. -Miró mi rostro y mi atuendo. Rodó sus ojos. -Tienes exactamente la pinta que creí que tendrías.

-Gracias -contesté ignorando su provocación. -¿Por qué no debo encerrarme, exactamente? -crucé mis manos sobre mi pecho. La verdad es que, todo y que aquella intervención estaba siendo de lo menos amigable, era la primera vez que hablaba con una chica que parecía de mi edad, y eso, si mas no, era nuevo y emocionante.

-Porque si mientras estás ahí encerrada, -me señaló -irrumpe alguien por la ventana a secuestrarte, no podré entrar a salvarte.

No pude evitar reír antes de decir:

-¿Qué te hace pensar que voy a necesitar que tú me salves?

Hilda se apoyó en el marco de la puerta y me miró con aburrimiento.

-Eres una listilla, princesa -murmuró. -Sé que sabes pelear, pero no tienes ni idea de muchas otras cosas. -Hizo una pausa y subió una ceja negra. -Menos humanas y más peligrosas.

Hiedras y Espinas - Parte unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora