15 | ¿Algún artista en la sala?

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Puede que a Orión le resultase cómodo ser el centro de atención de la boda, gracias a la obra de arte que había obsequiado a los novios, pero a Heine no. Hasta Jaime y las primas habían desaparecido de la ajetreada mesa (donde aún se halagaba aquel cuadro) y estaban hablando con Carlos un poco más allá.

Heine se había levantado para ir adonde fuese. Se le escapó un giro de muñeca inconsciente de mirar la hora que era (¿qué hora? Si no llevaba reloj de pulsera). Un abrazo explosivo lo interceptó con el brazo en alto.

—¡Gracias, gracias de verdad! ¡Ha sido tan bonito...!

Heine pegó un respingo. El abrazo olía a exquisito perfume de mujer, a vestido blanco y maquillaje.

—¡Ángela! Pero si... no ha sido nada, además —añadió—, eso díselo a Orión, que es el que se lo ha currado...

Ángela se apartó y se sentó en una mesa con un abandonado monedero de Pucca y un bolso de lentejuelas. Todos los invitados estaban ya dispersos. Conversaban en pequeños grupos o revoloteaban alrededor de la única obra de arte de la sala.

—¿Es verdad que se lo has pagado?

Heine rio y tomó asiento junto a Ángela, en un espacio ocupado por una americana rosa. No sabía nada de arte, pero sí que llegaba a aquellos básicos.

—Pues claro que se lo he pagado. Aunque sea Orión, es su trabajo. Y tiene razón en que no se lo puse fácil, entre el poco tiempo que tenía y demás... aunque sea un dramático, también.

—Es tan mono...

Esa definición era más acertada de lo que parecía. No en el sentido literal de la palabra (Orión pasaría más bien por un homínido de la prehistoria, o un oso grandote y calentito), sino en esa adorabilidad que tenía bien guardada adentro. Para hallarle la ternura, a Orión había que quitarle todas las capas de excesiva emoción y dramatismo que le daba a todo lo que decía.

Quizá el silencio de Ángela y la calma que quedó entre los dos incitó a Heine a compartir sus pensamientos:

—¿Lo estás viendo ahora mismo? —Señaló a Orión con la cabeza. Ángela y él no lo oían, pero lo veían haciendo grandes aspavientos con las manos—. ¿Ves qué pesado es y qué pedante parece?

De repente, el pelirrojo loco alzó su vozarrón: "¡claro que hay cosas que no se aprenden en la universidad! ¡Si es que tiene usted toda la razón del mundo, Marisabel!"

—Sí —afirmó la novia, que casi no se podía contener la risa—. Pero yo ya sé que él no es así... Qué me vas a contar, Heine.

—No es solo que no sea así... es que se vende fatal. No sabe hacerlo. Me da pena ver lo feliz que sería viviendo de esto, y que no pueda por no ser capaz de lograr que la gente lo conozca...

—Pinta muy bien. Parece un cuadro del Prado.

Heine mostró una sonrisa distraída.

—Eso no se lo digas así. Dile de Joaquín Sorolla, que es su pintor favorito.

—Vale. Ya tengo el piropo —continuó Ángela, clavando sus ojos en Heine y en su repentina labia, fruto del alcohol—. Pero te lo digo en serio, y no solo porque sea mi amigo. Algún día se descubrirá su potencial, ya lo verás.

Heine suspiró sin perder la sonrisa.

—No... Por lo que llevo viendo estos años... lo del arte no funciona así.

Ángela parecía perdida en esos términos creativos y de marketing artístico, así que desvió el tema de conversación con sutileza:

—¿Sigue trabajando en el bar de copas?

Tú conmigo y yo conmigoWhere stories live. Discover now