11. -No es un error.

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—Termina la cena al menos...

—¡Deja que el escuincle se vaya! —mi padre golpea la mesa y me sobresalto—. ¡Largo ahora, Dereck! ¡Lárgate!

Cuando Gema intenta protestar, la detengo.

—Todo estuvo delicioso, te agradezco el gesto, de verdad. —me incorporo, acomodándome la chaqueta y me aparto de la mesa—. No se preocupen, no volveré en toda la noche así que podrán disfrutar en su velada con tranquilidad.

Cuando hago el ademán de marcharme, Gema es ahora quien golpea la mesa.

—No, ahora vas a escucharme —me impide salir del comedor y encara a papá—. No voy a permitir que arruines mi cena, Patrick. Tu hijo lo único que hizo fue quedarse bajo mi petición, porque no pensé que para ti fuese tan malo. Por Dios ¡es tu hijo! ¿Por qué lo tratas de esta manera? ¿Por qué eres tan malo con él?

—Gema detente ahora —casi suplico—. Deja que me marche.

—No —vuelve a plantarse frente a mi padre con firmeza—. Si voy a vivir en esta casa, quiero llevarme bien con Dereck. Y no voy a tolerar que lo trates de esta manera.

Por un breve tiempo, la casa se sume en un silencio total. Papá eleva el mentón, y sé que todo se fue al carajo. Sé que hemos llegado a un punto sin retorno.

—Entonces deberías irte—. Gema lo observa con incredulidad.

—¿Qué dices?

—No voy a cambiar la forma en la que lo educo por ti. Si no te gusta, eres libre de irte.

No te vayas, por favor, no te vayas.

Los ojos de Gema se cristalizan, observa a mi padre como si quisiera algo más de él. Algo que sé de sobre no va a darle.

—Vete ahora.

Ella lo hace. Un sonido fuerte proviene de la puerta ante su salida. El corazón aumenta su ritmo, mi padre golpea la mesa con fuerza una vez más y gira hacia mí.

—¿No tienes suficiente arruinando mi vida? ¿Tienes que arruinar mis relaciones también? —espeta con molestia.

Él avanza, yo retrocedo.

—No fue mi culpa.

—¿No lo fue?

Lo observo quitarse el cinturón y retengo la respiración. Sé perfectamente lo que viene ahora.

—Papá, no...

—¿No lo fue, Dereck? —se acerca cada vez más y quiero echarme a correr.

—Papá, por favor —casi suplico y mi voz brota inundada en temor.

—Quítate la chaqueta —ordena, pero soy incapaz de moverme—. ¡Que te quites la maldita chaqueta!

He pasado gran parte de mi vida preguntándome porque no puedo defenderme de él, porque tenía que hacer todo lo que decía. Me reprocho a mí mismo una y otra vez el ser tan cobarde.

Al final, hago lo que dice. Me quito la chaqueta y una sensación de escalofrío me envuelve. Quiere dejar marcas, quiere que duela porque siempre ha sido así.

—Vas a aprender a no meterte más en mis asuntos—. Eleva el brazo y por inercia me cubro el rostro.

El primer contacto del cinto con mi piel arde, mis pies chocan con algo en un intento de apartarme y termino cayendo al suelo. Eso no lo detiene, al contrario, me tiene en una posición en donde perfectamente puede continuar con su labor.

Atracción mortal.Where stories live. Discover now