asunto, comenzó a susurrar a sus compañeros más próximos críticas contra
Cristo porque toleraba tal desperdicio. Astutamente, hizo sugestiones
tendientes a provocar descontento.
Judas era el tesorero de los discípulos, y de su pequeño depósito había
extraído secretamente para su propio uso, reduciendo así sus recursos a
una escasa pitanza. Estaba ansioso de poner en su bolsa todo lo que
pudiera obtener. A menudo había que sacar dinero de la bolsa para
aliviar a los pobres; y cuando se compraba alguna cosa que Judas no
consideraba esencial, él solía decir: ¿Por qué se hace este despilfarro?
¿Por qué no se coloca el costo de esto en la bolsa que yo llevo para los
pobres? Ahora el acto de María contrastaba tanto con su egoísmo que él
quedaba expuesto a la vergüenza; y de acuerdo con su costumbre trató de
dar un motivo digno a su crítica en cuanto a la dádiva de ella.
Dirigiéndose a los discípulos, preguntó: "¿Por qué no se ha vendido este
ungüento por trescientos dineros, y se dio a los pobres? Mas dijo esto,
no por el cuidado que él tenía de los pobres; sino porque era ladrón, y
tenía la bolsa, y traía lo que se echaba en ella." Judas no tenía amor
a los pobres. Si el ungüento de María se hubiese vendido y el importe
hubiera caído en su poder, los pobres no habrían recibido beneficio.
Judas tenía un elevado concepto de su propia capacidad administrativa.
Se consideraba muy superior a sus condiscípulos como hombre de finanzas,
y los había inducido a ellos a considerarlo de la misma manera. Había
ganado su confianza y tenía gran influencia sobre ellos. La simpatía
que profesaba a los pobres los engañaba, y su artera insinuación los
indujo a mirar con desagrado la devoción de María. El murmullo circuyó
la mesa: "¿Por qué se pierde esto? Porque esto se podía vender por gran
precio, y darse a los pobres."
María oyó las palabras de crítica. Su corazón temblaba en su interior.
Temía que su hermana la reprendiera como derrochadora. El Maestro
también podía considerarla impróvida. Estaba por ausentarse sin ser
elogiada ni excusada, cuando oyó la voz de su Señor: "Dejadla; ¿por qué
la fatigáis?" El vio que estaba turbada y apenada. Sabía que mediante
este acto de servicio había expresado su gratitud por el perdón de sus
pecados, e impartió alivio a su espíritu. Elevando su voz por encima del
murmullo de censuras, dijo: "Buena obra me ha hecho; que siempre
tendréis los pobres con vosotros, y cuando quisiereis les podréis hacer
bien; mas a mí no siempre me tendréis. Esta ha hecho lo que podía;
porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura."
KAMU SEDANG MEMBACA
El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...
CAPÍTULO 62 - La Fiesta en Casa de Simón
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