Venezuela
31 de diciembre de 2001 9:57 pm.
Ese invierno había sido particularmente frío, en una pequeña y poco cómoda camilla de hospital una mujer sufría dolores de parto que sentía le quitaban las fuerzas y la vida. Más de veinte horas tratando de traer al mundo a su hija la tenían exhausta y al borde de rendirse.
—¿Cuánto más tardará esto doctor? —preguntó con angustia Lucrecia.
—Tiene solo siete centímetros de dilatación... —dejó la frase inconclusa el joven médico, no quería romper las ilusiones de la mujer pero sabía que algo no andaba bien con el parto.
Lucrecia tenía cuarenta y tres años, tardó mucho tiempo en concebir, varios doctores le dijeron que no podría tener hijos pero ella no desistió.
Durante años todos los días iba a la iglesia a rezarle a Dios y pedirle la bendijera con un hijo, después de tantas plegarias y rezos el milagro se obró y al fin pudo cargar en su vientre la bendición de la vida.
«Es un milagro del Señor» decía todo el mundo y a Lucrecia le gustaba confirmarlo, se sentía especial al pensar que Dios la había escuchado y derramado su gracia sobre ella.
—Debemos ser pacientes —agregó el médico ante la mirada contrariada de la mujer.
Las horas siguieron pasando, a cada minuto Lucrecia se veía más débil, lloraba y gritaba perdiendo así la poca energía que le quedaba.
Las enfermeras y médicos hacían lo posible para acelerar la dilatación pero parecía que el cuerpo de la futura madre se había dado por vencido.
Monitorearon una vez más los latidos del bebé y estos se escuchaban débiles, si no lograban sacarlo cuánto antes moriría dentro de su madre.
—Llévenla a sala de expulsión —ordenó el médico y la gente a su alrededor se movilizó.
Lucrecia estaba tan débil y su presión descontrolada que ya no podía hacer fuerzas para pujar y traer al mundo a su hija, lo que llevó al personal a tomar decisiones drásticas, si no hacían algo mamá y bebé morirían.
—Fórceps —pidió el doctor mientras dos enfermeras presionaban con fuerza sobre el abdomen de la mujer.
Introdujo el aparato con cuidado en la vagina de la madre y buscó la cabeza del bebé para atraparla y tirar de ella hacia el exterior. No era un trabajo sencillo y la poca experiencia del médico no ayudaba, pero no lo hizo desistir, él sacaría al bebé del cuerpo de su madre, por lo menos debía salvar a uno, no importaba cuál fuera.
Las enfermeras presionaban sin remordimientos el vientre de Lucrecia que solo podía gritar por el dolor, empujaban ayudando al médico a extraer a la pequeña hasta que por fin, después de muchos minutos angustiantes lograron sacarla.
Su pequeño cuerpo estaba laxo y amoratado, no reaccionaba a los estímulos proporcionados por la enfermera, Lucrecia al percatarse que su bebé no parecía no tener vida comenzó a rezar, prometiendo a Dios que si le permitía vivir a su hija sería una fiel devota de su palabra.
«Otro milagro del Señor» pensó ella cuando escuchó el leve llanto de su bebé, Dios estaba de su lado, Dios la cuidaba y por ese motivo su hija dedicaría su vida al servicio de él.
—Priscila —murmuró Lucrecia completamente rendida pero feliz al colocar el bebé sobre su pecho que seguía llorando dolorosamente—. Mujer venerable y servicial.
—Felicidades —dijo una de las enfermeras—, ya estamos a primero de enero. —Sonrió al ver su reloj, marcaba seis minutos pasados de la media noche—. Ella es el primer bebé nacido en Venezuela este año.
—Gracias mi Dios —susurró la mamá, ella sabía que todo era obra del Señor.
—Debo llevármela, hay que ponerla en la incubadora. —Lucrecia asintió y beso la cabecita de su hija antes que la retiraran de su pecho.
♡♡♡♡♡
Estados Unidos
1 de enero de 2002 00:06 amAl mismo momento en otro país muy lejos de aquel hospital un pequeño de nueve años lloraba aferrado a su madre, era la fiesta de año nuevo pero no había rastro de felicidad en esa casa.
—Mamá no te vayas —suplicaba el pequeño manchando con sus lágrimas la fina tela del vestido que llevaba su madre.
—Maurice —pronunció ella con autoridad—, los hombres no lloran, compórtate como un hombrecito que eres. —Tomó al niño de los hombros y lo separó de ella.
—Llévame contigo —pidió por décima vez.
—No puedo, quédate con tu padre, estarás bien con él —respondió simplemente tomando el asa de la maleta.
Le dio un vistazo a su marido, el cual pronto dejaría de serlo, el hombre mayor estaba a punto de quebrarse por el abandono repentino de su esposa, pero hizo un esfuerzo por mostrarse fuerte por su hijo.
La mujer caminó a la salida con paso decido, nada la haría cambiar de opinión, ni siquiera miró atrás al cerrar la puerta, se fue ignorando las súplicas de su hijo.
Esa noche marcó los destinos de ambos niños, ellos no lo sabían aún pero el dolor entrelazó sus vidas y esa no era una casualidad.
Era un designio del Señor.

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Boda de Odio
RomanceBilogía Tentación #1 Bien dicen que del odio al amor solo hay un paso, pero del amor al odio también. Él juró odiarla hasta la muerte, ella prometió que nada los separaría. Un matrimonio obligado en el cual la inocencia y la religión juegan un papel...