Con descaro empezó a deslizar su vista de mi rostro para reparar en mi cuello dónde tenía un pequeño tatuaje, se mantuvo ahí descifrando la tinta, arrugó su entrecejo para después bajar a mis pechos que subía y bajaba por mi respiración, tenía una sudadera holgada, pero aún así se hacía notar por la tela fina de este el bulto que mis grandes pechos hacían y fijó su vista ahí. Me sentía desnuda por la forma tan descarada en la que me veía y un cosquilleo en la parte baja de mi vientre se hizo presente, nunca nadie me había visto de tal forma y de alguna manera extraña me hacía sentir deseada.

De pronto, una luz se veía al fondo del bosque viniendo a nuestra dirección y los cuatro volteamos a verla, no sabía de que era esa luz, pero por la forma en la que ellos la miraban supuse que ellos si sabían.

—Mierda, Abel, dijiste que la policía no vendría hoy—habló el otro pelinegro que se mantenía a lado del rubio con voz gruesa y sería.

—Creo que me he confundido—dijo el aludido de nombre Abel.

Bien, ya sabía que el rubio se llamaba Abel.

Anotado.

—Hay que irnos—volvió a decir el pelinegro a su lado.

—Adriel tiene razón—apoyo Abel.

Segundo nombre de la noche descubierto: Adriel.

Segundo anotado.

Y ambos comenzaron a caminar, mientras que el chico tatuado aún se mantenía de pie cerca, muy cerca de mí, y con esa mirada penetrante.

—Ahora, Aamon—ordenó Adriel.

Pero el tal Aamon no obedeció y comenzó a caminar hacía el frente haciendo que yo retrocediera para que él no me pisará o empujará con su grande cuerpo, hasta que mi espalda chocó con un grueso tronco de un árbol. Aamon puso uno de sus brazos en el tronco por arriba de mi cabeza para sostener su pesó mientras se inclinaba para llegar cerca de mi rostro, me estudió por unos segundos y yo en ningún momento dejé de ver sus ojos negros. Levantó su pulgar y lo llevó a mis labios dibujando la forma de estos, podía ver por el rabillo del ojo que la luz se acercaba mucho más. Él terminó poniendo su dedo índice en mis labios.

—Te dije que alguien tan pequeña como tú no debería rondar en un bosque como este, nunca sabes cuando podría llegar un cazador en busca de acechar a su presa—me volvió a recordar las palabras que anteriormente me había dicho.

—Pero nunca sabes cuando la presa pueda estar desde un principio acechando al cazador, invirtiendo todos los papeles—dije encima de su dedo.

—¡Basta, ya, hay que irnos!—el pelinegro, Adriel, estaba apunto de estar de impaciencia, pero ni Aamon ni yo le hicimos caso.

Estábamos tan enfocados en no quitar los ojos del otro, como una batalla de miradas.

—Sería un drástico pero interesante cambio de roles—sin quitar su dedo saborea la sensación de su piel en mis labios.

—Sin duda lo sería. Los cazadores deberían de cuidarse muy bien la espalda.

Curva el lado derecho de la comisura de su labio formando una sonrisa torcida.

—¡Aamon, ahora!—listo, la paciencia del pelinegro se había ido al carajo.

—Mantén esa bonita boca que tienes cerrada, ni una palabra a nadie—susurró más cerca de mis labios, pero tenían su dedo en medio haciendo una barrera para que nuestros labios no se tocaran.

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