—No debes abandonar el lecho —le advirtió Enoc cuando se incorporó en la cama.

    Lauren ignoró su orden y se levantó. Al instante siguiente volvía a estar tumbada, con el fornido antebrazo de su guardián presionándole la tráquea.

    —No digas que no te lo advertí —musitó Enoc burlón—. ¿Te vas a portar bien? —Esperó a que la joven afirmara y luego le soltó para retomar su pasatiempo favorito: hacer solitarios.

    Lauren bufó airada y buscó algún entretenimiento. No lo encontró. ¿Qué puede hacer una mujer enfadada que está clavada en la cama? Nada. Excepto mirar como un hombre hace un solitario tras otro.

    A media tarde, cuando regresó Etor, estaba tan hastiada del silencio, del siseo de las cartas y de no hacer nada que lo recibió con un atisbo de esperanza. Podría hacerle enfadar y de esa manera escuchar uno de sus monólogos, al menos eso le entretendría un rato.

Pero en contra de lo que había supuesto, Enoc no abandonó la habitación, sino que retiró la silla dejando un espacio libre junto a la cama. Espacio que el gigantón aprovechó para colocar una butaca y sentarse. Enoc repartió una mano y comenzaron a jugar al póquer. Y Lauren no pudo evitar prestar atención. Los observó, al principio entre aburrida e intrigada, y poco después, con una sonrisa ladina.

¡Eran unos inútiles! Etor era incapaz de mantenerse quieto mientras jugaba y en unas pocas manos Lauren había aprendido a interpretar sus expresiones y averiguar así su jugada. Se frotaba las manos cuando estaba impaciente, se tocaba la oreja si tenía una mala jugada, se estiraba cuando llevaba buenas cartas y se rascaba la calva cuando dudaba. ¡Era un libro abierto! Un libro que Enoc no sabía leer, pues cometía un error tras otro.

    —Me pone nervioso con tanto mirarme y sonreír. —Etor tiró las cartas observando enfadado a Lauren—. Así no puedo jugar bien, no, señor. Me mira y sonríe, y eso no está bien.

    —No creo que pretenda ponerle nervioso, tal vez solo se aburre y por eso mira, para aprender a jugar —replicó Enoc mientras barajaba.

    —No necesito aprender, sé jugar de sobra —masculló Lauren arrogante.

    —¡Pues juega y deja de mirarme! —exclamó Etor enfurruñado.

    Enoc esbozó una sonrisa ladina y repartió cartas para tres jugadores. Lauren cogió las suyas, las miró, jugó y ganó. Y volvió a ganar dos manos consecutivas.

Perdió la cuarta y la quinta, por culpa de unas cartas malísimas, y ganó de nuevo la sexta.

    —Gana porque no apuesta, sí, señor. Y eso no es justo, no, señor, no lo es —masculló Etor ofendido. Su suerte se había esfumado en el momento en que la chavala había entrado en la partida.

    —¿Qué tendrán que ver las apuestas con la maña? —replicó Lauren enfadada. Nadie ponía en duda su juego, y menos que nadie el torpe gigantón.

    —Como no te juegas nada, no te importa arriesgarte a perder. Apuéstate algo y verás cómo no ganas tanto ni eres tan lista, no señor.

    —No tengo nada con lo que apostar —escupió Lauren herido en su orgullo, lanzando las cartas sobre la cama.

    —Claro que lo tienes —rebatió Enoc con una peligrosa sonrisa en los labios—. Tienes todo el tiempo del mundo. Juégatelo.

    —¿Qué?

    —Es muy fácil —dijo acercándose hasta el buró, de donde cogió una cajita. La abrió, volcando su contenido sobre la cama—. Cada ficha valdrá diez minutos.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now