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˗ˋˏ 𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 2 ˎˊ˗

˗ˋˏ 𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 2 ˎˊ˗

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Deja de saltar o te vas a caer —le advirtió, recuperando la compostura.

—Salta super alto y- Kageyama miraaa, ¡el brilla mucho! ¡hola señor yeloOoUuu! —alzó su mano y comenzó a saludar hacia el cielo.

—Hinata, pero ¿qué estás...? ¡Hinata deja de mirar al sol!

Kageyama puso una mano para cubrir los ojos marrones que estaban siendo lastimados por el exceso de luz, aunque el mismo pelirrojo no se diera cuenta. Ubicó la silla de modo que el sol diera de lleno a la espalda y no al rostro del más bajito, luego se arrodilló y puso el seguro en las ruedas para que estas no se movieran.

—Bueno, es suficiente, ven aquí.

Hinata tenía una expresión perdida tras recuperar la visión, el ceño fruncido por no poder ver más al sol y estaba listo para reclamar, cuando sintió como unos brazos fuertes lo rodeaban y elevaban de forma inesperada.

Ahora ya no estaba sentado en la molesta silla, Kageyama lo estaba cargando.

—No te muevas mucho, necesitas descansar —la voz susurrante, profunda y suave de Kageyama en su oído izquierdo lo habría puesto bastante nervioso, de no ser por lo drogado que aún estaba.

Los balbuceos sin sentido volvieron a salir de la boca de Shoyo, dijo algo sobre un “Solfín” y que el “auto de carreras” se estrellaría si él no lo conducía; acto seguido intentó bajarse empujando con sus palmas el pecho de su pareja, aunque claro, sin éxito alguno. No tenía fuerzas para lograr nada en ese estado.

Kageyama avanzó con él acostado sobre su pecho, con una de sus manos sujetaba su cabeza para evitar que se cayera y con sus dedos daba ligeros masajes en su cuero cabelludo que le adormecían.

Deseaba con todo su ser lograr que Hinata se calmara un poquito, le preocupaba llegar al auto, tener que dejarlo en la parte de atrás y que se lastimase por andar de curioso.

Hinata por su parte había dejado de tratar de bajarse, en su lugar se reía somnoliento en el hombro de Kageyama, hacia dibujitos con su dedo índice en su amplia espalda y a veces suspiraba bajito en señal de que le gustaban las caricias que el más alto le estaba dando.

El personal de la clínica se encargó de guardar la silla y él pudo llegar hasta el auto con Shoyo abrazado a él como un koala bebé. Al fin había conseguido que se durmiera.

Abrió la puerta con cuidado y depositó al pelirrojo despacio sobre el asiento trasero, le puso el cinturón de seguridad y subió a su propio lugar en el sitio del conductor.

Los primeros diez minutos del recorrido fueron tranquilos, hasta que Shoyo despertó desconcertado y comenzó a pedir ayuda a gritos por la ventana, porque supuestamente alguien estaba ‘secuestrándolo’. Hubo un altercado con un policía de por medio debido a eso (en el cual casi lo llevan a la cárcel de no ser porque alcanzó a explicar la situación a tiempo), antes de que finalmente pudieran llegar al departamento.

Kageyama, con su límite de paciencia a punto de estallar, volvió a cargar a Hinata que ahora se revolvía entre sus brazos y daba patadas por doquier para liberarse. Shoyo, cuando pese a su insistencia no logró que lo bajaran, solo se detuvo, le dio un empujón en el pecho e incluso se cruzó de brazos molesto, lo miró a los ojos con un puchero inconsciente y pronunció un firme:

—Puto.

Después cayó dormido de nuevo. Kageyama prefirió ahorrarse todos los insultos que normalmente habría dicho en defensa y aprovechó el momento para abrir la puerta (con la llave que Hinata le había dado hace ya unos meses) para llevarlo a la cama de su cuarto en el segundo piso.

Atravesó la (ya conocida para él) sala de estar que tenía dos sofás, un librero y una tele, vio el baño al costado derecho de la escalera, al lado estaba el cuarto de lavado y el comedor se visualizaba al frente de ese punto, junto a la cocina.

En el segundo piso visualizó las dos puertas, una que llevaba a un cuarto de estudio y otra que reconoció como la habitación de Hinata, entró en esa. Lo cambió con delicadeza por una ropa más cómoda, poniéndole solo un polo holgado blanco y un short beige para nada ajustado, pero si bastante cómodo. Decidió que no le sacaría las calcetas níveas, pero si le quitó las botas.

Buscó las pantuflas del más bajito por todo el cuarto y cuando las encontró, las cómodo a un lado de la cama para que pudiera pararse, si quería, cuando despertara.

Hinata durmió por lo menos media hora. El reloj de la cocina marcaba el medio día cuando Kageyama finalmente terminó de preparar los batidos de frutas y las papillas para su, en estos momentos, drogado y bipolar novio.

También preparó un poco de sopa de pollo para más tarde.

Subió, abrió la puerta, dejó la bandeja de comida en la mesa de noche, al lado de la cama, y meció levemente a Shoyo que dormía babeando.

—Hinata, Hinata... hey idiota, despierta ¿no que tenías hambre? Te traje milkshake, es de fresa con plátano, sabe bien... creo. ¡Hinata ya levántate! —lo sacudió de nuevo, ahora un poco más fuerte.

Hinata frunció el ceño y abrió sus ojos despacio, como si la luz, proveniente de la ventana frente a él, le fastidiase.

—¿Fresa y plátano...? —su voz amortiguada por la almohada y tierna por la gasa en su boca, llegó a los oídos de Kageyama. El contrario asintió.

Estando ya un poco más consciente se terminó de sentar en la cama y recibió el vaso con popote metálico que él le ofrecía, sujetándolo con ambas manos. Kageyama se paró y regresó con una servilleta para limpiarle la baba que se había secado en su mejilla derecha, así como para quitarle de una vez la gasa.

Terminó de tomarse el jugo a través de la cañita y pasó a comer la papilla de papa, cuidando de no tocar la herida.

—Estaban ricos... no eres puto Yama Yama, lo siento.

Fue lo último que susurró antes de dormirse de nuevo instantáneamente.

Kageyama rodó los ojos y sonrió. Se fue a la planta baja para dejarlo dormir tranquilo, se quitó la chompa, la dobló y la puso en la mesa. Se quedó allí viendo el álbum de fotos de Hinata que encontró en el librero de la sala.

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Anesthesia Madness - KagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora