38. Ilusiones

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Por instinto, Frey se acercó un par de pasos a la figura de su abuela. Ahí estaba, frente a ella, después de tres años.

—Mama Cami —sollozó con un hilo de voz.

Pero se detuvo, entonces se dio cuenta de que sus ojos se habían vuelto cristalinos y que sus ansias por un abrazo la carcomían.

—No te detengas mi niña —pidió la imagen—. Estoy contigo, de nuevo.

La abuela le sonrió con dulzura, tal como cuando vivía. Frey sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Algo no estaba bien, su abuela lucía de maravilla, como si nada le hubiese pasado. Era una representación más amigable a la última vez que la vio, cuando la encontró en aquella habitación y después al verla en su ataúd... no tenía la marca.

La imagen extendió sus brazos. Frey no se movió, pero moría por lanzarse encima y recibir un abrazo de esos que le calmaban en los peores momentos.

—Sé lo que quieres. —Resonó una voz; la de la Diosa Negra— Yo puedo traerla de vuelta, es lo que deseas, ¿no?

Frey se quedó a mitad de pasillo. Temblaba porque, aunque la imagen de su abuela estaba ahí frente a ella, sonriendo como solía hacerlo, en el fondo su instinto le decía que no era la misma.

—Vamos mi niña —insistió la imagen—. Volveremos a estar juntas, sabes que te quiero.

—Hazlo. —Otra voz detrás le incitó a cruzar la puerta, era la figura de Yuliana— Y lárgate de una vez.

Frey se quedó quieta, miró de reojo por encima de su hombro, las imágenes de sus primos le decían adiós con una mano y sonrisas socarronas, incluyendo a su hermana, quién reía con más inocencia, pero aun denostando burla en su rostro.

—Todo lo que quieras, las personas a las que extrañas y el respeto que anhelas, será tuyo —susurró suave la voz de la Diosa Negra—. Solo tienes que entregar tu piedra.

La niña cambió su rostro a uno de confusión. ¡No! Esto no estaba bien.

—Frey —llamó de nuevo su abuela—, ven aquí mi niña. Nunca más van a volver a separarnos.

Dudó de su decisión, pero al final se acercó, rozó con una mano la puerta y antes de cruzar el umbral la cerró con brusquedad. Tenía el rostro gacho, pero, aun así, se dio la vuelta y dijo con convicción:

—Lo siento, tu propuesta llegó dos años tarde.

Y sin temor alguno, uso su don de agua para crear una tormenta eléctrica dentro del pasillo; truenos y rayos aparecieron. Sus ojos y manos brillaron una vez más azul y tanto las puertas como los cuadros se reventaron con la fuerza de un relámpago.

Parecía que Frey perdería el control, pero se encontró con un poder que hasta ahora no había manifestado. Alzó las manos agarrando fuerza y al bajarlas una onda expansiva se esparció por el pasillo eliminando todo rastro de la ilusión.

Entonces se dio cuenta de que siempre estuvo en el salón principal. Algunas Tzitzimimes que estaban ahí, se acercaron dispuestas a atacar, pero Frey se defendió con sus rayos.

Detrás se aproximaron otras dos a las que alejó con el golpe de un campo de fuerza.

Dio una pirueta y tomó de su cinturón dos navajas, una la lanzó a una de las estrellas, sabía que no sería suficiente, pero al menos haría lo posible por no caer en sus garras.

Se barrió por debajo de una mesa y volvió a atacar haciendo ademanes con sus manos. Les lanzaba rayos o las arrojaba por los aires; se dio cuenta de que esa última habilidad era nueva.

Crónicas del Quinto Sol: La diosa negraWhere stories live. Discover now