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Nadie me amaba. De seguro, nadie me amaba en casa.

Como me gritaron cuando se enteraron de que la Nieves se había roto la pierna, sólo se podía deber a que no me amaban. No había que ser un genio para darse cuenta.

—Tampoco es que lo hubiese hecho con intención. —Me quejé con la Manu.

Esperaba que ella igual algo entendiera, porque es triste que nadie se ponga de tu lado por una vez.

—Igual la embarraste. —Me dijo arriba de la litera, sonaba tan seria.

Me dio la impresión de que si hubiese podido unirse a la fila de los retos, también tomaba un puesto. Lo que me dio más rabia, porque yo estaba segura que no fue mi culpa.

—¡Sí, pero es que ellas me buscaron para pelearme...! No es como que yo vaya por la vida cayéndome por las escaleras todos los días.

La Manu se rio, puso su cabeza colgando de su cama.

—Oye ¿y porque te pelearon?

No supe qué contestar, me daba como vergüenza que la Manu pudiese querer seguir preguntando más.

Igual tomé un respiro y me atreví a responder, porque ella mismo me había dicho que no tenía nada de malo.

—Porque me dijo lesbiana como riéndose.

—Oh, cabra chica mala. —La Manu se puso de las maléficas y me sonrió—. Para la próxima vez, tú me dices y yo le rompo la otra pierna que le quedó buena.

Me reí.

—No, sí la mamá ya me dijo que así no se solucionan las cosas, que uno debe acusar si nos están molestando, es cosa de diálogo, Manu.

Mi hermana me miró un rato y me sonrió.

—Vales oro, cabra chica.

Y me sentí orgullosa, porque quizás sí, valgo oro.

Porqué las ranas son como sonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora