La mañana en que perdió la vida fue el mismo día en que en que conoció a Ethani.

Aquel día habían ido a un hermoso lago, mientras el niño jugueteaba en el agua, él lo observaba apoyado en un árbol. De un momento a otro, lo común se vio teñido por unas serias intenciones asesinas.

Leigha nunca había vivido un intento de asesinato, los humanos se esmeraban en tratarlo bien, algunos incluso se desmayan de la impresión solo de tenerlo enfrente. Hubiera esperado ser atacado por alguna bestia o un compañero divino que le guardara rencor por alguna razón, pero no que fuese uno de los seres a los que protegía.

Fue una sorpresa que terminó por dejarlo indefenso, jamás en su existencia había tenido algún tipo de pelea, ni con los suyos, ni con alguien de otra raza. Solo cuando una espada se hundió en su brazo causando extremo dolor, fue capaz de reaccionar. Lo primero en lo que pensó, fue que debía poner a salvo a Ethani.

Rodeandolo habían al menos unas siete personas. Ninguno reparó en la presencia del infante, al menos hasta que notaron la desesperación del dios por proteger al niño. Supieron de inmediato que ese era su punto débil.

Tomando en su brazos al niño se alejó con premura, la pérdida excesiva de sangre pasó factura demasiado pronto, sentía que en cualquier momento se desmayaría y las fuerzas se desvanecían.

Un arma cualquiera no podía haberle causado tal daño, su sangre hervía tanto que era casi insoportable. Las personas que buscaban matarlo tomaron medidas muy buenas, habían usado lágrimas de bestia sagrada, un líquido que podía hacer mucho daño a los dioses.

Pronto su ritmo disminuyó y cayó al suelo, la respiración le faltaba y el sudor se había acumulado en cada parte de su cuerpo, no tenía la fuerza para abrir bien los ojos.

- Debes esconderte, Ethani... - murmuró con el poco aliento que le quedaba - En mis condiciones no sere capaz de protegerte.

- ¡No! ¡No puedo dejar al señor Leigha! - las lágrimas asomaron pronto de aquellos hermosos ojos, su voz temblaba y aunque estaba más que muerto del miedo, su consciencia le gritaba que no se atreviera a abandonar al dios - ¡Yo lo protegere!

Quería llorar, ese pequeño realmente se preocupaba por él, estaba tan feliz por haber encontrado a alguien así, pero no era momento para distraerse con aquellas emociones que lo inundaban.

- Vete, Ethani - su voz con un leve temblor no titubeo al hablarle - No quiero que mueras, puedo cuidarme solo, pero si estás cerca me preocuparé por ti y no por mi.

Esas palabras se grabaron hondo en su cabeza, la bondad más grande la había conocido solo con Leigha, ¿y estaba apunto de morir porque se preocupaba por él? Eso no estaba bien, la vida de aquel dios valía muchísimo más que la suya, Ethani se veía a sí mismo como un pequeño grano de arena que carecía de importancia, al menos para el flujo del mundo, Leigha en cambio era un pilar.

Frunció los labios en señal de disgusto, se restrego sus ojos con un poco más de la fuerza necesaria y le miró directo.

- Tiene que prometerme que no se va a morir señor Leigha, ¿me lo promete?

Le fue imposible retener la sonrisa en sus labios, asintió asegurándole que aceptaba su petición.

El niño corrió hacía la arboleda, alejándose con rapidez del claro y de Leigha, su corazón pesaba muchísimo, una sensación que nunca antes había tenido y que incrementaba su tristeza. Encontró un hueco entre las raíces de un árbol grueso, se aseguró de meterse dentro ignorando la sensación húmeda y los posibles insectos que allí hubieran. Abrazó sus piernas y escondió su tierno rostro entre sus rodillas, fue difícil ignorar el nudo en su garganta y apenas evitaba que los quejidos salieran. Nunca antes se había mantenido tan callado, sabía que lo primordial era el silencio, algo en su mente le decía que si llegaba a ser encontrado, estaría en un peligro parecido al que acosaba a Leigha en esos momentos.

El destino de una princesaWhere stories live. Discover now