Día 2: Océano

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Lo había conocido allí, mucho tiempo atrás. Desde aquel día, Antonio no había dejado de pensar en esa extraña criatura. Al principio, había creído que él había tomado demasiado alcohol y por ello, veía esa cola de pez que crecía a la altura de su cadera. Sin embargo, los besos que había compartido con él eran demasiado reales como para atribuirle a una mera borrachera.

Se había remangado los pantalones hasta la altura de la rodilla y caminó unos cuantos metros en la costa del océano. Lovino le había prometido que, no importara lo que pasara, siempre y cuando él estuviera en el mar, él podría encontrarlo. Antonio no comprendía cómo ello podía ser posible, pero no le importaba. Creía en cada palabra que Lovino le decía.

Miró a sus alrededores, quería asegurarse de que se encontraba solo. No había forma de explicar la existencia de Lovino como tal y esperaba no tener que hacerlo. Había escogido la noche y aunque conocía los riesgos de meterse en el mar solo, no le importaba.

Su corazón palpitaba con fuerza. Se preguntaba si realmente Lovino aparecería o si quizás estaba demasiado lejos de él. Sacudió la cabeza, confiaba en que el tritón vendría junto a él en cualquier momento. Solamente requería de paciencia, mucha paciencia y confianza.

Antonio observó la luna nueva y las estrellas que iluminaban el firmamento. Era una preciosa noche. Solo la presencia de Lovino podría mejorarla. Cerró los ojos y suspiró.

—¡No te quedes dormido, idiota! —Lovino salpicó a Antonio, golpeando su cola contra el agua.

Antonio sacudió la cabeza y abrió los ojos. Ciertamente aquello le había quitado cualquier rastro de sueño.

—No estaba dormido —Antonio se rascó la nuca. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Lovino una vez más. Siempre le dejaba sin respirar de lo guapo que era.

Lovino se metió al agua y volvió a surgir, ahora a apenas unos centímetros de distancia de Antonio.

—Me ha tomado algo de tiempo, pero te dije que te encontraría —Lovino contempló al otro. Era absurdo poseer aquellos sentimientos por un humano, alguien que no tenía aletas. Sin embargo, ahí estaba, después de viajar muchos kilómetros.

Antonio se acercó y tocó el rostro de Lovino. Cualquiera diría que lucía como una personal, excepto que en lugar de orejas, tenía una pequeña aleta en cada lado de la cabeza. Le daba igual, seguía siendo el hombre más guapo en el que había posado sus ojos. Bueno, mitad hombre.

—Moría de ganas por verte de nuevo —Antonio posó sus labios sobre los de Lovino, un pequeño beso de bienvenida.

Lovino se dejó llevar. Sus mejillas se tornaron rojas. Éste siempre quedaba impresionado con aquella calidez que le invadía cada vez que se encontraba con Antonio, no se comparaba con nada que había experimentado en su larga vida. Por primera vez, sentía que podía confiar en un humano.

Una vez que se apartaron, Lovino sonrió brevemente antes de tomar a Antonio por la mano y lo jaló al agua. Este último se limitó a abrir los ojos ampliamente antes de caer con toda su humanidad al agua. Ambos se miraron a los ojos una vez más antes de que sus labios volvieran a encontrarse.

De lo único que quizás Lovino se lamentaba era que le era imposible mostrar su mundo a Antonio. Cuántas veces se imaginó presentarle a sus hermanos menores y sus amigos. Pero era imposible, ya que no quería que se ahogara.

Antonio sacó la cabeza a la superficie y sacudió la cabeza.

—¿Tan poco duras en el agua? —Lovino le preguntó, curioso.

—Mis pulmones no van a aguantar —Antonio se lamentó.

Lovino volvió a a aproximarse a Antonio y apoyó la cabeza en su pecho. Cerró los ojos.

—¿Crees que algún día—? —Lovino se mordió los labios.

—Puedes decirme lo que sea, Lovi —Antonio le susurró mientras que acariciaba la espalda desnuda del otro. Aquella sensación era distinta a cualquier otra que hubiera experimentado. La piel de Lovino no era cálida, sino más bien fría al tacto. Podría acostumbrarse a ello.

Lovino temía arruinar el momento. Pero aquella idea no dejaba de venirle a la mente. Desde que había conocido a Antonio, había otro sentimiento que le invadía: Los celos. Estaba seguro de que algún día aquel se hartaría de aquella situación y se buscaría a otro humano, a alguien con quien sí podía compartir su vida.

—¿Crees que algún día te buscarás a alguien más, idiota? —Lovino apretó con fuerza la mano de Antonio, ya que tenía miedo de que este se fuera de su lado.

El otro se quedó en silencio, lo que hizo que Lovino se sintiera peor. Un montón de ideas le pasaron por la cabeza. Tal vez se había sobrepasado con su pregunta. Pero no quería quedarse con la duda, necesitaba escuchar de Antonio la respuesta, fuera cual fuera.

—No —Antonio pasó sus dedos por el cabello de Lovino:—Dudo que podría encontrar a alguien mejor que tú. Esto es más que suficiente —Por supuesto, Antonio deseaba encontrar alguna manera de llevar a su amado a tierra, pero ya se daba por satisfecho con aquellos encuentros.

—Quizás quieras compartir... —Lovino no pudo terminar de hablar, ya que Antonio le interrumpió bruscamente.

—Lovi, Lovi. Sé que suena una completa locura, pero te he amado desde que te vi la primera vez —Antonio bajó su voz hasta que ésta se hubiera convertido en un susurro:—Te amo, no lo olvides nunca.

Era absurdo, pero a Lovino le encantaba escuchar esas palabras de Antonio. Podría escuchar a su amado decir lo mismo una y otra vez, y jamás se cansaría. Le reconfortaba como nada en el mundo podría hacerlo.

—Yo también te amo —Lovino murmuró.

Ambos permanecieron abrazados por un largo tiempo. Ninguno de los dos quería desprenderse del otro, pese a que sabían que era el momento de despedirse. El mayor temor de Antonio era que alguien supiera de la existencia de Lovino. No, eso jamás. Protegería a Lovino aunque le costara la vida.

—Vendré en una semana —Antonio le anunció. Si era por él, iría todos los días a la playa, pero tenían que ser discretos. Nunca se sabía cuando estaban siendo observados.

—¿Ya tengo que irme? —Lovino hizo un puchero.

Antonio le besó en los labios con cariño. Quería permanecer a su lado para siempre, de eso estaba seguro. Pero era el momento de partir. Estaba agradecido por el tiempo que podía compartir con su amado, por más escaso que fuera.

—Vete. No quiero que nadie te vea —Antonio ladeó la cabeza y sonrió:—Eres solo para mí, ¿has entendido?

Lovino se ruborizó pero no respondió. Miró a los ojos de Antonio por un instante antes de darse la vuelta.

—En una semana. Más te vale que te aparezcas —Lovino le amenazó antes de sumergirse.

Antonio observó a Lovino alejarse de allí, hasta que no quedaran más rastros de él. Se enjuagó las lágrimas y se dio la vuelta para emprender el camino de regreso a su estadía. Sabía que no había futuro en aquella relación y sin embargo, no concebía su vida sin Lovino. No importaba que sus encuentros fueran esporádicos, con tal de que existiera esa posibilidad de verle nuevamente ya era feliz.

Volvió a darse la vuelta. Se preguntó a dónde la vida le llevaría. 

¡Gracias por leer!

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