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Salí para casa poco después de que empezaran con los chupitos. Eran solo las siete de la tarde y no tenía que estar de regreso hasta las once, pero no podía seguir celebrando el arresto de Ryan. La situación me provocaba náuseas, y si Finn hacía un brindis más, sabía que acabaría pegándole.

Los coches de mis padres estaban aparcados en el camino de acceso, lo cual era excepcional en un día laborable, porque no salían de trabajar hasta más o menos aquella hora. Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta y grité:

—¿Hola?

—Estamos en la cocina —respondió mi madre, y giré hacia la izquierda después de cruzar el umbral de la puerta.

La última vez que habíamos tenido una charla en la cocina había sido hacía tres años, cuando me dieron el «sermón» al empezar a salir con Jaden. Recordaba todavía el horror que sentí al oírlos explicarme los detalles de los métodos anticonceptivos. Y sobre todo cuando mi madre le puso un preservativo a un plátano; deseé que me tragara la tierra en aquel momento. El día que supe que estaba embarazada, quemé todos los preservativos que me quedaban.

—Siéntate, Mackenzie —dijo mi padre.

Estaban los dos sentados a la mesa de la cocina, con una tetera llena de té humeante y tres tazas. Tomé asiento y me mordí el labio. Aquello no pintaba bien.

—Han arrestado a Ryan —dijo mi madre, sirviendo el té en las tazas.

—Sí, pero él no lo hizo. Sé que no lo hizo.

—Mackenzie... —empezó a decir mi padre, pero lo corté levantando la mano.

—Por favor, papá. Sé lo que vas a decir, pero confío en él. Hemos pasado mucho tiempo juntos y sé que jamás haría lo que se le acusa de haber hecho.

—¿Hasta qué punto lo conoces bien?

Incómoda ante la pregunta, me encogí de hombros, consciente de que mi respuesta iba a sonar como la de cualquier adolescente enamorada por un chico guapo.

—Lo conozco lo suficiente. Tú eres precisamente el que siempre dice que el instinto nunca falla.

—Y no me arrepiento de ello —murmuró detrás de la taza. Bebió un poco de té—. Simplemente velamos por tu seguridad, cariño, por eso pensamos que deberías quedarte en casa hasta que el asunto se disperse.

«Se disperse.» Lo dijo como si se tratase de una tormenta que pasa rápidamente.

—Todo va bien, papá. Estoy bien.

Mi padre hizo una mueca y dejó la taza.

—Mackenzie, lo he expuesto como una sugerencia, pero no tendría que haberlo dicho así. Te quedarás en casa hasta que la persona responsable de esos asesinatos esté bajo custodia de la policía. ¿Entendido?

—Tengo casi dieciocho años, no pueden castigarme.

Podían, naturalmente, pero me parecía ridículo.

—Me da igual la edad que tengas. Eres nuestra hija y haremos todo lo que sea necesario para velar por tu seguridad. Puedes odiarnos, si es lo que quieres.

Vaya, así que jugando la carta del odio. Estupendo.

—No los odio. Y comprendo por qué están castigándome, pero es un poco exagerado y lo saben de sobra.

—Cariño, eres nuestra niña. Si te pasara cualquier cosa, jamás nos lo perdonaríamos. Ahora bien, si tú confías en Ryan, yo también. Tienes la cabeza bien puesta sobre los hombros, pero si piensas verlo cuando salga de la cárcel, que sea aquí, y cuando haya alguien más en casa —dijo mi madre.

Échame la Culpa [R.G]Where stories live. Discover now