1

105 8 0
                                    


Viernes, 7 de agosto

—¿Tienes todo lo que necesitas, Mackenzie? —preguntó mi madre mientras yo metía la ropa en una bolsa.

—Supongo que sí. De todos modos, solo pasaremos dos noches fuera.

«Dos penosas noches teniendo que aguantar a Aidan», me dije.

—Acuérdate de dejarme la dirección y el número de teléfono anotados en la
nevera.

—No creo que en la cabaña haya teléfono, te dejaré solo la dirección. Pero por lo visto sí que hay cobertura. Te llamaré con el móvil cuando lleguemos.

Mi madre asintió, algo nerviosa, y me ofreció una débil sonrisa.

—Todo irá bien, mamá, tranquila.

—Vas a pasar el fin de semana con alguien que no me gusta nada.

—No, voy a pasar el fin de semana con Noah, Hannah, Millie y Finn. Es una lástima que tenga que venir también Aidan.

Si hubiera podido decidir no invitarlo, lo habría hecho. Pero la cabaña era de sus padres, de modo que era imposible no hacerlo. Y tampoco hubiera sido razonable. Llevaba invitándonos a todos a pasar el fin de semana en la cabaña de su familia desde que habían acabado las clases. Gran Bretaña había caído por fin en la cuenta de que había llegado el verano, y el curso siguiente todos íbamos a emprender caminos distintos para ir a la universidad.

—Si necesitas que te recojamos antes...

Negué con la cabeza.

—Gracias, pero todo irá bien. No pienso permitir que me arruine un fin de semana con mis amigos. Bueno, tendría que ir tirando ya.

—Te dejaré en casa de Aidan

—No, da igual, mamá. Puedo ir andando. —Cogí la bolsa y me la eché al hombro—. Nos vemos el domingo por la noche. Te quiero —dije, y le di un beso en la mejilla.

—Yo también, cariño. Llama si necesitas cualquier cosa.

—Lo haré —repliqué.

Aidan vivía solo a dos minutos a pie de casa y llegaría enseguida. Cerré la puerta a mis espaldas y empecé a andar. Hacía muchísimo calor aquel día de principios de agosto, y me alegré de haberme puesto un pantalón corto y camiseta.

Cuando llegué a casa de Aidan ya estaba todo el mundo fuera, metiendo lasbolsas en el coche. Íbamos a pasar solo dos noches en la cabaña, pero daba la impresión de que tanto Hannah como Millie llevaban equipaje para toda una semana.

—¡Mack! —gritó Hannah al verme.

Corrió hacia mí. Su cola de caballo pelirroja saltó arriba y abajo y sus ojos marrones bailaron de excitación. Era la única persona que se sentía realmente feliz con la excursión.

Respiré hondo, traté de olvidar todas las dudas que me inspiraba el fin de
semana y sonreí.

—Hola, Hann. ¿Ya está todo el mundo a punto?

—Casi. Aidan vuelve enseguida —respondió con una sonrisa bobalicona—. Eso no me ha gustado —añadió, al ver la mueca que hice al oírla mencionar
aquel nombre. «Vaya, me ha pillado», pensé.

—Lo siento. No era mi intención. Está muy bien que nos haya invitado a la cabaña de sus padres.

Aceptó mi torpe disculpa con una sonrisa.

—Aidan quiere que las cosas vuelvan a ser como antes.

¿Tendría una máquina del tiempo que le permitiera retroceder y no decir las cosas tan terribles que dijo sobre mis amigos? ¿Podría retractarse de lo que me había hecho? ¿De lo que aún me estaba haciendo? Aidan tal vez quisiera reparar el daño que había causado —si es que teníamos que creernos que era sincero—, pero no íbamos a perdonarlo tan fácilmente. Hay heridas que no se curan con facilidad, y yo no podía disculpar a alguien que no lamentaba lo que había hecho y que no había cambiado su conducta. Hannah ya lo había perdonado, evidentemente, pero no era consciente de lo crápula que era su novio.

Échame la Culpa [R.G]Where stories live. Discover now