Diana

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"La flecha rompe hasta el silencio más profundo, siempre dirigida a su objetivo.
Sin notar como su pequeño cuerpo, rompe la paz del viento."

Izuku sonreía al mirar su pizarra, con mas líneas y datos esparcidos por cada foto y archivo colgando. Ver algunos nombres borrados con desquicio y otros marcados con euforia causaban un latir frenético en su corazón.
Sus manos incontrolables, marcaban notas sobre los papeles, mientras de su garganta salía una suave melodía que oscurecía su alrededor, envolviéndolo en una penumbra tan calma que el vacío se pondría celoso.

Y como no estarlo, si aquella pequeña obra de teatro de Tomura le había entregado el tiempo suficiente para divertirse con los distintos cuerpos envueltos en un sueño eterno, robarse una dulce joya de azúcar y envolver bajo sus alas manchadas a un pequeño que buscaba desesperadamente algo de compañía. Había ganado mas de lo que había planeado en un inicio y aquello le fascinaba.

—Deberías al menos dormir un poco.— La suave y grave voz de su esposo, interrumpió su soledad, atrayendo su cuerpo al contrario. Envolviéndolo con sus brazos y sintiendo como los labios del otro, se esparcían por su cabello.

—Takeshi.—Dejo fluir su nombre en calma, saboreando el dulzor que le provocaba.—Estoy muy feliz, además...te traje una sorpresa.

—¿Una sorpresa?

—Si, te encantara.—Y con una sonrisa iluminada, tomo aquella morena mano y lo guio lejos de aquel cuarto oscuro, llevándolo por los pasillos silenciosos de la mansion hacia un cuarto con una nueva placa en su superficie.—Podremos protegerlo juntos.

Y antes de que el moreno intentara preguntar a que se refería, la puerta se abrió, dejando ver un cuarto amplio con algunas cajas desordenadas esparcidas por el lugar, pero lo que mas llamo la atención al mayor, era el pequeño cuerpo que descansaba en aquella cama de sabanas azules. Se veía tan frágil, tan solitario y agotado a tan corta edad que sus instintos le hicieron actuar antes de que su esposo le hablara.
Se encontró a si mismo, sentado junto al menor, acariciando sus oscuros cabellos y dejando salir un pequeño cantico de su garganta similar a las de las ballenas.

—Se llama Kota.—Menciono Izuku, mientras se acercaba.—Sus padre fueron heroes y fallecieron, lo dejaron solo y la gente que lo cuidaba lo hacia igualmente. Sus ojos estaban apagados y su pequeño cuerpo parecería tener una carga tan grande...que no pude dejarlo solo.

—Tranquilo, esta casa es grande por algo. Para darle a la gente perdida en la oscuridad un lugar al que llamar hogar.—Takeshi acaricio con ternura el rostro de su pareja, admirándolo aun mas, admirando aquel corazón gentil que se mantenía brillando a pesar de todo.— Lo cuidaremos bien, aunque necesitara muchas cosas...y nosotros tendremos que tener mas cuidado en los pasillos, desde ahora.

Y tras eso ultimo las mejillas de Izuku se tiñeron de rojo, atrayendo una risa baja del moreno, que no dudo ni por un segundo besar aquellos labios que le llamaban.
Se miraron con amor, para luego ambos mirar a Kota y desearle con el corazón, una nueva vida.

Al mismo tiempo, entre las habitaciones ocultas de esa gran residencia, un hombre de cabellera blanca observa a una mujer en una camilla. Se encontraba entubada, con un respirador mecánica, transfusión de líquidos, una maquina monitoreando sus latidos y una gran cantidad de vendajes por su cuerpo.

Pero lo que mas destaca de ella era su largo cabello turquesa que contrastaba con el frio cuadro de si misma. —¿Valdrá la pena mantenerte así? No tengo la respuesta, pero mi querido hijo dice que eres un buen instrumento para su orquesta. Que serias capaz de no solo calmar el tsunami del corazón de aquel niño, sino que también podrías crear una red para nosotros...pero el tiempo lo dirá, así que cuando despiertes...te pondremos a prueba.

Sol NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora