41. Lastima

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Itzmin reverenció a los Señores y Señoras que tenía frente a él. Tláloc junto a su esposa Chal yacían sentado al fondo, aun lado la pareja dual del fuego, Xiuh y Chantico. También lo observaban, de pie, Xochiquétzal, Señora de las plantas y flores y Ehecatl, dios del viento.

—Como les dije, traería a uno de los guerreros. Él es Itzmin —presentó Micte.

—Es para mí un honor estar frente a mis señores —habló el emisario.

—Eres muy valiente —señaló Tláloc—. Necesitamos de tu fuerza y valentía, así como la de tus compañeros.

—No permaneceremos mucho tiempo —dijo Xochiquétzal—. La que se hace llamar "Diosa Negra" robo un poco de nosotros cuando nos capturó.

—Sin embargo, aún poseemos la mayoría de nuestro poder —interrumpió Chantico— y es ese el regalo que queremos darles.

—Coatlicue ya nos contó —hablo Ehecatl—, aunque no estemos más en el mundo mortal, como nuestros emisarios serán nuestra más cercana representación.

—Confiamos en ustedes —dijeron al unísono Chal y Xiuh.

Itzmin sintió presión del cargo al que acababa de ser elegido, pero siendo más el valor que caracterizaba a los tenochas, omitió rastro de temor y con orgullo aceptó su misión.

Micte se alejó un momento y regresó con una bandeja con cuatro piedras preciosas; turquesa, ámbar, jade y ónix.

—Los dioses de la tierra materializarán su poder en estas piedras, de esta manera tú y los otros guerreros obtendrán sus dones —explicó la reina del inframundo—. Acompáñame, debemos dejarlos solos.

El joven emisario obedeció y con otra reverencia se despidió de los dioses, pero antes Xochiquétzal le volvió hablar.

—Itzmin —llamó—, gracias por entregar sus vidas y las de sus descendientes.

—El honor es para nosotros servir a nuestros señores.

Itzmin salió de la pequeña casa y siguió a Micte, hasta otra cabaña conjunta. Ahí, en medio, posado en un pedestal, se encontraba la serpiente de fuego, el arma más poderosa de los dioses: la Xiuhcóatl.

—Considéralo un regalo para la batalla que se avecina. No cualquiera puede usarla. Antes de ti, un solo guerrero humano ha hecho uso de ella —le explicó Micte—. Huitzil entregó todo su poder en el arma solo para que el más fuerte de los cuatro guerreros pueda levantarla. Es por eso que te he llamado.

—Me honra —respondió Itzmin con evidente sorpresa y emoción.

—No fui yo quién te escogió —aclaró la diosa—. Agradécele a Coatlicue porque consiguió que su hijo, el colibrí azul, colaborará con la causa. Hónrala usándola con dignidad, honor y valentía.

Itzmin no cabía en la emoción que sentía. Se acercó con precaución al pedestal y la tomó. Enseguida, una oleada de una poderosa energía invadió todo su cuerpo... Pero poco después, una fuerte descarga eléctrica le arrebato su fuerza, obligándolo a soltar la Xiuhcóatl y retroceder. Itzmin se abrazó la mano.

Se volvió hacia Micte, quien miró preocupada el arma. Después desvió su rostro con semblante desilusionado.

—Así que no se ha roto el hechizo —susurró con despecho.

Itzmin pudo notar decepción en la diosa. Su actual apariencia era similar a la de una humana de los más altos estatus en el reino, algo digno de ella.

—Volverás al mundo mortal acompañado de Xólotl, él te guiará a la puerta más próxima a Tenochtitlán. Le daré indicaciones a Coatlicue para qué te esperé junto al resto de los guerreros y así recibir sus dones.

Crónicas del Quinto Sol: La diosa negraWhere stories live. Discover now